Se define la democracia como el gobierno de la opinión porque en la democracia representativa es la opinión de la mayoría de los ciudadanos, lo que se llama opinión pública, la que elige al representante de todos. Pero la opinión no es un saber sino un parecer. Desde la filosofía griega se distinguía entre epistéme (saber) y doxa (opinión). La opinión solo es una convicción personal que no requiere de pruebas; la “opinión pública”, un término acuñado en el siglo XVIII, era la opinión de la mayoría de los ciudadanos basada en la información respecto de los asuntos públicos. Cuando la opinión pública se formaba en base de los periódicos, en un ambiente de pluralidad de opiniones, era posible que los ciudadanos llegaran a una convicción autónoma, con el advenimiento de la imagen, la opinión pública se torna manipulable.
Giovanni Sartori atribuyó a la televisión la degradación de la democracia porque el acto de ver reemplaza al acto de discurrir y los medios que difunden la imagen recogen como opinión pública su propia opinión sembrada previamente. Antes de la televisión había múltiples autoridades suplantadas por la autoridad de la imagen porque lo que se ve se cree, parece real y por tanto verdadero. Después, Sartori mostró que la imagen miente más que las palabras.
Los políticos y los gobiernos conocen muy bien el poder de la imagen, por eso gastan millones en publicidad, en exhibir sus obras y sus proyectos. Rafael Correa era un fanático de las obras y con justificación se le calificaba como el alcalde nacional. Hizo carreteras por todas las provincias, repartió escuelas del milenio, estaciones policiales, edificios públicos, hidroeléctricas… tenía para exhibir, imágenes que mostrar. La estrategia le dio resultados. A un fanático de la revolución ciudadana le pregunté por qué le sigue apoyando a pesar de todas las denuncias y contestó: “veo obra, señor, veo obra”.
En contraste, el gobierno de Lenin Moreno no tiene nada que mostrar. La institucionalización es invisible; no se ve el proyecto “casa para todos”; el plan “toda una vida” es un bolero; son invisibles el “plan ternura”, el “metroférico” y el “tren playero”; el más invisible de todos es el mundial 2030.
Somos parte de la civilización de la imagen y asusta pensar que en las actuales circunstancias vamos a una larga campaña electoral. Los medios, particularmente la televisión, transforman en opinión pública su propia opinión y, privilegian la imagen desde la presentación de las noticias como espectáculo hasta la campaña como exhibición de candidatos. El Internet solo ha incrementado la cantidad y la velocidad.
Los medios y la política se han sometido a la tiranía de la audiencia. Para conquistar públicos deben ofrecer lo que los públicos piden y así trasladan sus responsabilidades a las víctimas. El resultado es la degradación de los contenidos. Los hechiceros y los charlatanes que habían sido eliminados por la ciencia y la cultura han resucitado y proliferan.