Se prenden las luminarias y se inicia el show. Local de primera, pantallas gigantes, sonido con eco, folletería de lujo. El público copa los asientos: invitados, aplaudidores, curiosos. En el escenario maestros de ceremonias, cantantes, enormes floreros.
¿Elección de reinas? ¿Entrega de premios? Para nada. Se trata de un acto terrenal de rendición de cuentas. Un ejercicio popularizado en aquella década. Y que tuvo como exponentes a los jefes de funciones del estado, ministerios, secretarías, gobiernos locales.
Rendir cuentas desde el poder fue una propuesta aplaudida en sus inicios. Por su concepción de responsabilidad, su sentido de transparencia, su expresión de democracia. La iniciativa, que no fue la primera, logró institucionalizarse. Ninguno de los duros podía escabullirse. Ninguno. Después supimos, que más bien la esperaban con ansia y saliva.
Los intereses políticos y personales revolcaron la iniciativa. La sustituyeron por actos pomposos, costosos, melosos. Robaron el espacio para halagar a los amos, posicionar figuras de segunda con publicidad de tercera. Lo pervirtieron todo en favor del mesianismo, el autoelogio, la oferta clientelar Todas las gestiones aparecían perfectas, sin rasguños. Los discursos casi épicos, aplastaban. Para los mortales quedaba la rendición total y el dios-le-pague. La conciencia de derechos se esfumaba en medio de palabras rebuscadas. El espectáculo de power point afirmaba la ensoñación de aquellos años. Más de una vez, terminaba con banquetes excluyentes en restaurantes exclusivos. El resto, se retiraba con las manos en los bolsillos y varias dudas en el pecho. ¿Será posible tanta belleza?
Lo insólito de estos ejercicios es que no han muerto. Ciertamente no son iguales; no podrían serlo con las arcas vacías. En las últimas semanas, varios actos de rendición han mostrado modificaciones. Han sido más austeros, menos cursis. Han incorporado varias voces y personajes. Han alterado los formatos rígidos. Han reducido o los aplaudidores. Es justo reconocer estos esfuerzos. Y empujarlos.
Lastimosamente, algunas marcas, con menos potencia, prevalecen. Como el tufo de exitismo y la obsesión por demostrar que por-un-casi no somos los mejores. La lista enorme de obras montada sobre audaces estadísticas. La limitada visión de sistema. El desperdicio de una ocasión educativa. Y la ilusión de haber esfumado todo lo que huele a dificultades, retrocesos, nudos críticos, desafíos pendientes. Todo redondo, impecable.
Queda mucho por hacer. Destacamos 3 sugerencias surgidas en medio de la humareda. Informar a cabalidad, pues sabemos que es más lo que se oculta que lo que se dice. Abrir diálogos, aunque sea para decir gracias. Y lo más brutalmente simple: recuperar la sencillez y la espontaneidad. Una tarea natural no precisa disfraces ni humo. Solo eso.