Nunca se miente más que antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería. El dicho popular no tiene discusión, así que preparémonos para que los candidatos nos mientan. Para el político que busca el voto no existe problema insoluble ni dificultad insuperable, todo es asunto de incapacidad; de los otros, claro.
Hace unos días asistí a un foro en el que participaban ministros de Estado y analistas económicos. Los primeros predican optimismo y los segundos manifiestan pesimismo. No mienten, sólo eligen los datos apropiados para pintar la imagen que desean. No hay inflación, se ha reducido el déficit, tenemos el salario mínimo más alto de la región, se ha renegociado la deuda, dicen los optimistas. Sube el riesgo país, baja la producción petrolera, no hay para pagar la deuda, hay migración, dicen los pesimistas.
La única verdad es la realidad, decía el presidente Perón, y la realidad es que tenemos violencia, corrupción, desempleo, migración. En la campaña electoral debemos mantener una visión realista del país sin caer ni en el optimismo del tonto ni en el pesimismo del derrotado. Y debemos mantener atados a los candidatos con argollas en el suelo de la realidad.
Si la política fuese el arte de resolver problemas, los candidatos no hablarían de los otros candidatos, del pasado y de quimeras, hablarían de los problemas de la gente y sus posibles soluciones. Si los medios abandonaran el chisme y abordaran los problemas podrían ayudar a reconocer al mejor candidato. Si las élites dejaran el palco de observadores y se involucraran en política, podrían ayudar a construir una visión realista de nuestro país.
La participación de una fauna tan variada de candidatos podría verse con optimismo si se pudiera tomarles en serio. Si los revolucionarios ya no buscaran destruir la democracia, y los populistas borrar sus fechorías, si los candidatos no participaran por vanidad o megalomanía, tuviéramos propuestas realistas y no ilusiones electoreras.