Iguales y desiguales

Iguales somos en dignidad y todos participamos de la misma condición humana (incluidos los no nacidos y los abortados a lo largo y ancho de las cunetas y basureros de este mundo). Pero, al mismo tiempo, somos desiguales, unos nadando en la abundancia y otros ahogándose en la miseria.

Tristemente, nos ha tocado contemplar cómo, después del descalabro financiero del 2008, nos encontramos con una sociedad más fragmentada e incierta para las nuevas generaciones. Es curioso, la tecnología progresa rápidamente y las grandes empresas nos hacen pensar que vivimos en el mejor de los mundos, que todo está controlado, incluida la felicidad. Y es mentira. Los avances tecnológicos apenas han resuelto nuestras más lacerantes contradicciones y dolores. De hecho, el capitalismo post crisis es sinónimo de desigualdad, de inequidad y de empobrecimiento de millones de hombres y de mujeres. Las guerras siguen rugiendo y devorando a medio planeta, los dictadores populistas siguen devorando millones de dólares y vomitando a millones de pobres, la ecología se va convirtiendo en una causa sostenida por cristianos y poetas y migrantes y refugiados siguen muriendo a remojo en el Mediterráneo.

Lampedusa, a pesar de ser un lindo sitio de playa, hace tiempo que dejó de ser una bella palabra. ¿Se acuerdan cuando el Papa se fue a Lampedusa a tocar el mar y a rezar mirando al cielo, mientras los poderosos del mundo expresaban su malestar?
Mirando el propio ombligo muchos nos preguntamos qué futuro nos espera, qué seguridad social, qué salud y qué educación, qué oportunidades… No crean que es un tema de países pobres. Los chalecos amarillos de Francia dejaron en evidencia contradicciones en un país próspero, anfitrión del G-7. Las protestas tenían que ver con la injusticia fiscal y las condiciones de vida y de trabajo.

En el Ecuador el crecimiento de la desigualdad se percibe, sobre todo, en la falta de empleo (pienso especialmente en los jóvenes) y en la diferencia de salarios. Lo que es normal entre los altos ejecutivos se convierte en una bofetada para quienes cobran el salario mínimo. Por ello, especialmente en foros sociales y laborales, se vuelve a hablar de pobreza o de población en riesgo de pobreza o de exclusión social. A caballo de la actual crisis, una de las mayores preocupaciones de los ecuatorianos es el desempleo, sin olvidar la inseguridad, la poca calidad de la salud y de la educación. Ahora hemos puesto nuestras esperanzas en las explotaciones mineras, quizá sin calcular los inmensos males, injusticias y desigualdades que nos pueden acarrear.

No hay varita mágica. Algo más se necesita que ir avanzando de tumbo en tumbo. Necesitamos un país con una buena estructura productiva, equilibrada, respetuosa del medio ambiente, ecológica, social y solidaria. Y, así, menos desigual.

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