La ignorancia en tres actos

En el siglo XVII, François de La Rochefoucauld nos advirtió: “Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse”.

Tres actos perversos de la ignorancia que causan daños; pensamos –bastante ingenuamente- que algunos no lo hacen de mala fe, pero sí desbordan una alocada falta de discernimiento y acuciosidad.

No nos referimos a la palabra principal del epígrafe como un adjetivo. Por tanto, sin afán insultante, la tratamos como sustantivo, en vista de las múltiples y temerarias aseveraciones que se leen y escuchan, no solo del común de los mortales, sino de personas que se las intuye como letradas, entendidas y, supuestamente, bien informadas.

Sucede esto, con cierta frecuencia, con quienes ostentan alguna autoridad formal (no moral) en los ámbitos público y privado; pasa con entrevistados y entrevistadores, pasa –lastimosamente- con gente que genera opinión en medios de comunicación, pasa en esa avalancha arrolladora de las redes sociales donde, a mansalva, se opina, se denigra, se atenta, se ofende.

Algunos ignorantes (reitero, sin insultar) fungen como personas iluminadas y sabidas en temas y asuntos que ni de cerca los sospechan, a los que jamás –para opinar- les invirtieron dedicación y tiempo, al menos, en comprobar y legitimar las fuentes; otras y otros, simplemente, le ponen un “like”, los peores, “comparten”; inclusive, llegan a declarar muerta a gente que, gracias a Dios, aún está viva.

Los temas a los que ultraja la ignorancia son variopintos y sensibles: economía, política, religión, deporte, farándula. Entre ellos están esos que exacerban propósitos amarillistas, rastreros y, de preferencia, proclives al escándalo.

Se proclama que “la ignorancia es atrevida” y, en nuestro tiempo, con una cibernética tan avanzada, se presta a impactos descomunales; el adelanto tecnológico, penosamente, ha esparcido a bolea medios infalibles para, literalmente, globalizar la ignorancia.

Sucedía antes que publicaciones de poca monta infectaban a pocos, pero hoy están a disposición y uso de millones, en esas grandes vitrinas de incalculables alcances, como Facebook, Twitter, Instagram y otras.

Cicerón, 100 a. C., un destacadísimo romano: “Nada perturba tanto la vida humana como la ignorancia del bien y el mal”.
Hablaba de la ética, aplicable en nuestro caso, a la ética de la comunicación.

¡Cuanto más autoridad, más responsabilidad! La ética no debería dejar en el desamparo a quienes utilizan su “libertad” para opinar, orientar, guiar, pero son tentados y sucumben en cualquiera de los tres actos de la ignorancia y, en no pocas veces ¡en todos a la vez!

Si la ignorancia es culposa, es decir, mal intencionada, merece severa condena; pero, si es involuntaria, solo causa pena y compasión.

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