Asimov advertía a mediados del siglo pasado de un anti intelectualismo que empezaba a dominar a su país y al mundo, aseveraba que su eslogan podría ser: “tu ignorancia es tan válida como mi conocimiento”; Eco, por su lado, habla de una “horda de idiotas” que, en redes sociales, contraviene opiniones de expertos en distintas materias. Cuántas veces no nos hemos topado con personas que no pueden ni escribir correctamente y “debaten” con filólogos y semiólogos; sujetos que sostienen que la tierra es plana, que existe un rayo que crea terremotos y huracanes, que los alunizajes fueron montajes cinematográficos, que la ciencia médica nos mantiene enfermos o que los líderes mundiales son reptiles con piel humana.
Ya con los descubrimientos de Pasteur había quienes sostenían, por ejemplo, que no existían los gérmenes patógenos y que las enfermedades aparecían por voluntad divina o por “generación espontánea”, así que podríamos concluir que estos fenómenos conceptuales no son de ahora y que siempre ha existido gente que prefiere creer en fábulas, antes que el desarrollo de la ciencia. Lo que realmente estremece es que ahora uno puede hallar estas barbaridades en la boca de personas con instrucción superior y, para mayor terror, en docentes de todos los niveles. Alguna vez algún profesor que fue colega en cierta universidad, publicaba la denuncia de que la Fundación Rockefeller vendía virus en línea; no contradije la posibilidad (ya de suyo descabellada), sino que simplemente traté de hacer verle que, desde el sentido común, era absurdo que, si lo hacía, se promocionara como quien vende zapatos tenis. No hubo manera de convencerlo.
También me he hallado con gente que me dice (defendiendo teorías irrisorias): “no hables desde la ignorancia, lee, investiga”; cuando les pido que me orienten para “desembrutecerme”, me mandan un listado de enlaces de Youtube, páginas web sin ningún respaldo académico o publicaciones de Facebook. Ningún artículo indexado, ningún libro con respaldo académico, ninguna publicación de un científico de renombre. En alguna ocasión sí me indicaron, no recuerdo ahora el tema, el nombre de cierto PHD que sostenía una de aquellas teorías sin pies ni cabeza; investigando, vi que el “especialista” no tenía reconocimiento alguno de sus pares y sí un floreciente negocio en línea que lo había hecho millonario.
No hace mucho leí de alguien que rechazaba el uso de términos técnicos, taxonomías o lenguaje científico, en documentos y artículos académicos, en aras de la “democratización del conocimiento”. Democratizar es entonces igualar por lo bajo, banalizar el conocimiento, dejarlo sin substancia.
Es triste comprobar que para muchos el conocimiento es un tema de élites y que, por tanto, para liberar a la sociedad de las diferencias hay que desaparecerlo. Desde esa triste perspectiva, no es el conocimiento el que no hará libre,sino la ignorancia.