Una vez que el cardenal Bergoglio ha sido investido como el pontífice Francisco, el tiempo corre implacable para recomponer la trascendencia que la Iglesia ha tenido a través de los siglos. El desafío es inmenso y los problemas múltiples. Las complicaciones empiezan con el poco número de sacerdotes y novicios para atender a los feligreses. Los jóvenes, salvo aquellos que tengan una sólida vocación y una fe inquebrantable, no están atraídos por la vida austera y de limitaciones. La búsqueda de personas dispuestas a renunciar a lo terrenal se vuelve cada vez más complicada y pocos son los interesados en ir con la voz de los evangelios a los lugares más recónditos. A esto se suma que la formación sacerdotal exige cada vez más rigurosidad, si no se quiere ser interpelado por preguntas de feligreses comunes con conocimientos más extensos. Las respuestas ya no pueden quedarse en la sencillez de aceptar el dogma, sino que la argumentación tiene que ser más sólida y sostenida para explicar los misterios sin contradecir lo que enseña el conocimiento científico, caso contrario el alejamiento de quienes no encuentren las respuestas esperadas será inevitable.
La elección del nuevo Papa le coloca al frente de la sexta parte de la población mundial. De ella, el mayor número se encuentra en América Latina. La herencia cultural venida del Viejo Continente ha hecho de estos suelos el espacio más extenso del catolicismo. Nada más natural que el máximo Pontífice salga de estas tierras. No pocos entredichos ha habido entre las distintas corrientes que han transitado algunos teólogos, algunos de amplia repercusión.
De allí que existirán tensiones que deberán ser superadas con amplitud y sabiduría. El Papa electo ha tenido roces con el sector político que gobierna su país. Su posición ante el ejercicio del poder desmedido, avasallante, que no respeta el criterio contrario es conocida ampliamente y fue remarcada en su primera intervención en sus nuevas funciones. ¿Cuánta podrá ser su influencia para poner freno a esas actitudes anteriormente condenadas desde su púlpito? Aún está por verse.
Todas estas situaciones tendrán que ser atendidas por quien ocupa una posición de inmensa influencia ética y moral. Bien se puede afirmar que la Iglesia atraviesa una época de transformaciones en el orden mundial que le obliga a analizar su papel a fin de cómo mantenerse como un referente en todo el orbe, aún para aquellos que no profesan su fe. Indiscutiblemente la tarea es inmensa, de la que con segur idad deberá haber resultados concretos que le permita seguir ocupando su trascendental espacio como lo ha hecho hasta los momentos actuales. Para ello tendrá que adecuarse a los tiempos, cuyos cambios se producen a una velocidad de vértigo, si no quiere perder su gran influencia que, en más de una ocasión, ha sido de gran valor para la humanidad.