El papa Francisco va a revolucionar al catolicismo. Ya está en eso. La encuesta ordenada desde el Vaticano para averiguar qué creen los seglares sobre algunos temas sociales -matrimonio gay, anticonceptivos, y así hasta 39 cuestiones- es una jugada maestra para desarmar al ala conservadora de la jerarquía eclesiástica enquistada en la Iglesia.
Jorge Mario Bergoglio, un monarca dotado con enormes poderes, podía haberse aprovechado de la condición de infalibilidad atribuida a los papas desde el Concilio Vaticano I de 1870, para proclamar nuevos dogmas e imponer su voluntad. Pero por sus declaraciones (“quién soy yo para juzgar…”) y humildad, que cautiva a creyentes y no creyentes, parece ser un constructor de consensos. Un Papa diferente.
Su carácter revolucionario no quiere decir que es uno de esos religiosos conquistados por la visión marxista de la Teología de la Liberación o por la deriva chavista de este disparate ideológico. Es demasiado listo para caer en ese burdo error. Probablemente, su larga experiencia dentro del populismo peronista lo vacunó contra esta fatal manera de afrontar las tareas de Gobierno y de entender las relaciones entre el Estado y la sociedad.
Fue todo un síntoma que recibiera en privado al líder opositor venezolano Henrique Capriles, encuentro que casi todos los gobernantes latinoamericanos han declinado cobardemente. También que, previamente, colocara en un sitio estratégico a una “dama de blanco” de la oposición democrática cubana para bendecirla ante los fotógrafos, mensaje que no debería pasar inadvertido al sector pusilánime de la jerarquía religiosa en la Isla.
¿Hasta dónde llegará la revolución de Bergoglio en el Vaticano? Probablemente, muy lejos. La iglesia católica tiene muchos temas pendientes. Entre ellos: el papel de la mujer dentro de la institución y el celibato.
La Iglesia hereda la vieja tradición misógina del Medio Oriente, donde la mujer vivía segregada y en un segundo plano, pero nada hay en el cristianismo que realmente impida que puedan ser ordenadas sacerdotes, ascender a obispos, cardenales o papisas. ¿Por qué no? Si algo hizo crecer al cristianismo dentro del mundo romano fue su carácter inclusivo y universal. Allí cabían hombres, mujeres, esclavos, libertos, niños, ancianos, blancos y negros. “Católico” quiere decir universal.
Otro tema que sacude a la Iglesia es el del celibato. ¿No se casaron los curas durante el primer milenio de la Iglesia? ¿Acaso “crecer y multiplicarse” no es la conducta normal de la especie? ¿No entenderían mucho mejor los problemas de las parejas y las familias quienes tienen esa experiencia? ¿No habría menos casos de pederastia entre los religiosos si tuvieran acceso legítimo al sexo con otras personas? Hace siglos, otros cristianos, con Lutero a la cabeza, un fraile agustino, emprendieron una profunda reforma religiosa. Estas son buenas preguntas para un próximo cuestionario. Pero la indagación clave acaso sea ésta: ¿le ha llegado la hora al catolicismo?