¿El humorismo auxilia al Estado democrático? Antes de concluir, meditemos estos hechos.
Todo gobierno tiene opositores.
Conforme avanza, comete fallas que provocan resentimiento y hasta ira de la sociedad. Si, como hoy, los gobernantes además de ejercer autoridad vertical, se burlan de los opositores con calificativos peyorativos, funcionan conductos de desahogo espiritual que apaciguan el resentimiento de la sociedad y evita que se produzca un fenómeno colectivo de rechazo y hasta odio.
En circunstancias como éstas, funciona el humorismo. Por ejemplo, en cuanto a la Ley de Plusvalía, un inteligente caricaturista presenta al Presidente encaramado en un trineo, conducido por elefantes blancos (escuelas del milenio) y desde la altura arroja un obsequio al pueblo, con estas palabras: allí te va mi regalo de Navidad.
La caricatura provoca hilaridad y el ánimo adverso se atenúa. Con desahogos como aquel, más la expresión verbal de los opositores, sea directamente o por el mecanismo de las redes sociales; o, también, a través de la “prensa corrupta”, se aleja el peligro de un estallido social, como aquellos que vivimos con los Presidente Bucaram y Gutiérrez.
La anécdota, el cuento, el chiste ridiculizante; el “cacho” dirigidos a los sumisos que rodean al gran jefe es, en realidad, una réplica sancionadora de ofendidos y desilusionados.
Una descarga tras otra entretiene al público, a pesar de que la perseguida “prensa corrupta” se mide en sus informaciones, so pena de sanciones desde el poder.
Se exceptúa de este tratamiento al diario gobiernista El Telégrafo, dirigido por un personaje que propina “golpes mediáticos” a su mujer, en acto “privado” del que nadie debe ocuparse, según su teoría.
Un moderno maestro del humorismo popular –Carlos Michelena- suele referirse a la virtud que esgrime el poder político sobre “transparencia”; y comenta que es verdad, pues son tan transparentes que ni se los ve. Pasan por la migración y nadie les ha visto que ya abandonaron el país.
Igual, los “transparentes” de los supuestos negociados con Odebrecht, seguramente estarán desfilando al extranjero. Nadie los ha visto. Ni los verán.
Finalmente, algunos ciudadanos echan a circular el antiguo cuento del presidente de un país hermano que, en pleno vuelo de su valioso avión, se propuso lanzar un billete de cien a un pastor que estaba con sus ovejas.
El propósito era beneficiarlo; pero el piloto le sugirió que para beneficiar a dos, mejor lance dos billetes de cincuenta. Y en el momento que se aprestaba a lanzar diez billetes de diez para beneficiar a diez pobres, un pasajero le sugirió: Señor Presidente, mejor se lanza usted y beneficia a todos los habitantes del país.
Parece lógico concluir que el humorismo contribuye a que la democracia no deje de regir en un Estado “soberano”.