El humor y el poder casi nunca se llevan bien. Más bien el humor muchas veces se alimenta del poder como materia prima para devolver una versión, casi siempre crítica, de los actos gubernamentales, de sus posturas, de sus resquicios.
El humor, la caricatura, más propiamente, es una forma de ver al poder y volcar hacia la sociedad una visión que intenta arrancar una sonrisa y, sobre todo, un punto de vista diferente para la reflexión.
Muchas veces la caricatura es una representación grotesca y casi siempre causa urticaria al poder por cuanto tiene de sutil: desnuda sus caras ocultas.
Las reacciones de los gobernantes, más concretamente la última sobre una interpretación de una caricatura y la pública amenaza, solo muestran una postura poco tolerante a la crítica. Y la poco sensible forma de replicar provoca muchas reflexiones, distintas interpretaciones y, por cierto, muchas más caricaturas que ironizan el episodio.
Más allá del efecto intimidatorio que pudiera causar, no en el caricaturista, víctima de la dura reacción del poder, sino especialmente en sus colegas, la reacción que provoca en una sociedad que reclama por su derecho a ser libre, a pensar y a equivocarse, sin la espada de Damocles de la censura o la descalificación, solo logra mostrar en mayor dimensión el problema, ampliar su debate por las redes sociales, los medios de prensa internacionales y las páginas de reportajes y opinión. Así, la sobrerreacción desnuda más al poder.