Este lunes Simón Pachano en El Universo escribió sobre los matices del humorismo y el histrionismo en el ejercicio periodístico. Hizo alusión del libro ‘Prohibido olvidar’ del panameño Rubén Blades : “El humor no escapó a ese afán represivo, aunque la mayor parte de las veces se les regresó como bumerán, porque a una broma solamente se la combate con otra broma y, como bien se sabe, esos señores no están para bromas”.
Días antes, en la consabida sabatina, el Presidente para defender a sus habituales comediantes o bufones, sostuvo que ejercen la libertad de expresión- lo que es válido-si fuese un espacio privado y no público, con recursos de ese origen y en evidente promoción electoral ante la mirada complaciente de los estalinistas del Consejo Nacional Electoral . Sin embargo, lo grave es que en su alegato comparó a las expresiones de los lagarteros “con el género periodístico de la caricatura”, al que llegó a equipararlo con el de la fotografía. Criticó los dibujos sardónicos y algunas veces hirientes y se olvidó del indispensable contenido editorial que es innato a todo buen producto que enseña, demuestra o evidencia con la exposición del contraste y el detalle.
Entre las sabatinas con sus siempre escasas horas y la lectura del académico de la Flacso, Marcelo Marchán Vélez abandonó el escenario terrenal. Su final fue sorpresivo, propio de él, y por ende traumático para los cercanos y muchos distantes por la geografía que siempre apreciaron y disfrutaron de su arte; máxime, en esta difícil época, en las que no es fácil sacar hilachas de la costuras del poder.
Es incómodo utilizar una columna para recordar o ensalzar a una persona ligada por intensos lazos de amistad y familiaridad; sin embargo, apelando al paraguas de la libertad de opinión y la tolerancia de los editores, corresponde recordar la creatividad, el desparpajo y la irreverencia del humorismo político del que siempre hizo gala Tomás del Pelo.
Por eso se justifica rebuscar en el pasado literario o épico algún recurso para seguir adelante, amortiguar la congoja y dejar tiempo para que la nostalgia madure en su prolijo tejido. En ese transitar, aun releyendo su columna del sábado pasado, fue difícil encontrar una nueva fórmula o una estrofa suficiente para expresar la pena y una última sonrisa acorde al ímpetu e ironía del periodista que se despidió. Era indispensable encontrar un consuelo para los que se abrigan en la noche y dudan del amanecer. Lamentablemente no hubo tiempo para una traducción adecuada que podría ser interrumpida por alguna cadena nacional. No existía otro recurso que abusar del derecho del lector y expresar ante una tumba recién abierta las añejas y convocantes estrofas, en el idioma original, que seguramente entonaría quien ocupa ese lecho final:
“Allons enfants de la Patrie
Le jour de gloire est arrivé !
Contre nous de la tyrannie
L’étendard sanglant est levé!”