Tras el humo

Tras el humo de los incendios está la irresponsabilidad criminal de los depredadores; pero también está agazapada la indolencia de los demás, la insensibilidad y quizá el desprecio al mundo rural, a sus refugios, a sus espacios. Está la ignorancia y la estupidez. Está todo eso. Está una cultura urbana que se edificó artificiosamente rompiendo sus nexos con el campo, con la cordillera, con los pueblos humildes, con el valor de los ríos, los páramos y los bosques.

El humo de los incendios les llega a muchos como novelera noticia de la televisión, como espectáculo, perdido por allí entre la crónica roja y el bla bla político. Alguna preocupación suscita entre la presurosa masa de los seres urbanos, cuando la humareda de la destrucción del parque invade momentáneamente una avenida y estorba el tráfico, porque, eso sí es inadmisible e importante: -“¡no puedo llegar a la fiesta, me atraso a la oficina! Lo del parque, pues que se ocupen los bomberos, y que se apuren”-.

Ese ser indolente -que si va de paseo, tira la colilla al desgaire o deja encendida la fogata-, no es tan escaso como se cree; creo que es la “media de la clase media”, buena parte de la cual vive en la luna, distante de los verdaderos problemas de la comunidad, enganchado entre la televisión, el mall y el bar. Ese mismo ser es el que invade los páramos en forma irresponsable. Es el mismo que, cuando es preciso, se califica de ecologista y milita en cualquier espacio alternativo, pero sin clara conciencia de que vive y prospera en una cultura de indolencia, hartazgo y desprecio a los demás. El humo de los incendios pone en evidencia más de una conducta y desnuda otras tantas mojigaterías.

Pero más allá del efecto poner en evidencia esos comportamientos, la tragedia es grande. Por esto sí, el Gobierno debió decretar emergencia nacional. Es que se queman sistemáticamente los páramos, se liquidan los pocos rezagos del bosque nativo. Se busca, sin duda a propósito, generar la llamarada para mirar de lejos “como se quema”. Se procura hacer daño, volcar el veneno de resentimientos o de taras, o de la simple estupidez, en la naturaleza. Y está, además, la ignorancia del pueblero que quema el pajonal “para que retoñe para las vaquitas”, o del otro que quiere sembrar papas, y del de más allá que aprovecha para hacer carbón.

Los incendios son un suicidio. El largo estiaje no solo importa porque “es bueno para hacer turismo a la playa”. Importa como tragedia para agricultores, ganaderos y campesinos. Es síntoma de que abusamos del mundo y de que hemos emprendido un camino sin retorno. Es síntoma de que la sociedad urbana, consumidora hasta el extremo, vive en el doble estándar de la preocupación formal y la indiferencia real.

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