Los seres humanos somos como somos. Cambiarnos es imposible. Por eso, ante la imposibilidad de cambiarnos, lo ideal es crear un sistema que permita extraer lo mejor de cada uno. Un sistema que encauce todas las energías humanas hacia el bien común, hacia la creación de riqueza, hacia la reducción de la pobreza.
Organizar la actividad económica alrededor de los mercados es una buena manera de lograrlo, sobre todo si hay competencia en esos mercados.
Se necesita un sistema que extraiga lo mejor, pero aceptándonos como somos, sin intentar cambiarnos, sin querer crear un “hombre nuevo”. Más o menos con la lógica del ingeniero hidráulico que sabe que no puede contener una corriente de agua y lo que hace es encauzarla. Y si lo hace bien, hasta podría dirigirla hacia la producción de energía hidroeléctrica o para riego. Pero sería iluso querer cambiar la esencia misma del agua para que deje de correr hacia el mar.
Al igual que es de ilusos (y de autoritarios) querer cambiar la esencia misma del ser humano que es tantas cosas aparentemente contradictorias: creativo, cómodo, luchador, destructivo, generoso, ambicioso. Y mucho más.
Una de las preguntas más antiguas que ha enfrentado la humanidad al organizarse es cómo lograr que seres tan complejos enfoquen su energía hacia mejorar el bienestar de la sociedad en su conjunto.
En la economía, la disyuntiva es cómo lograr que la búsqueda del bienestar individual termine redundando en el mejoramiento del bienestar general. La pregunta es cómo convertir toda la energía creativa individual en algo que también beneficie al todo.
El fundador de la ciencia económica moderna, Adam Smith se preguntaba por qué el panadero se levantaba tan temprano para que la gente tenga pan en su desayuno y la respuesta era “porque es un buen negocio”, claro que el mismo tiempo, ese panadero estaba preocupándose del bienestar de todos los que querían desayunar pan fresco. La búsqueda del bienestar personal del panadero aportaba al bienestar de toda al sociedad. Y todo gracias a la existencia de un mercado para el pan.
La gran ventaja de los mercados es que la producción se dirige hacia donde está la demanda y esa demanda proviene de lo que quiere el consumidor. Obviamente el sistema no es perfecto porque es demasiado común que haya gente que no puede comprar ni lo necesario para sobrevivir o empresas que abusan de los consumidores porque no hay competidores que les frenen.
Pero al final, el creer que los mercados son una buena solución para encauzar la energía de la gente hacia la producción no es un tema ideológico, sino de aceptar que las personas son como son, que eso del “hombre nuevo” es un mito que no se volverá realidad ni reeducando mil veces a cada persona. Es realista.
@VicenteAlbornoz