Pocos serán los articulistas de opinión a quienes no se les haya malinterpretado a más de asignarles juicios de valor que no pasaron ni por mal pensamiento por sus mentes. Que utilizo los términos humanista y humanismo como peyorativos en mi artículo “¿Volver a lo de antes?” (EL COMERCIO, 14, 12, 2017), es un ejemplo de lo antedicho. Son gajes del oficio.
Sí. La Real Academia define Humanismo como “Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos”; Humanista, “Persona instruida en letras humanas.”; Humano, “Comprensión, sensible a los infortunios ajenos”. Se trata de un friso semántico cuyo hilo conductor es el hombre como el ser de complejidades extremas, cumbres y abismos, al que hay que comprender y respetar. Para este articulista “la concepción integradora de los valores humanos” incluye la imperiosa necesidad que siente el ser humano por llegar a las fronteras, cada vez más distantes, del conocimiento, lo cual le ha llevado a la investigación científica. Incluye además, y como complemento obligado, el rechazo del hombre por los dogmas.
¿Qué de extraño resulta que me haya pronunciado en contra de volver a la educación “humanista” de antaño en la que a las ciencias básicas se las mantenía arrinconadas en los preuniversitarios? ¿Cómo no clamar al cielo por esas universidades tercermundistas y sus Facultades de Filosofía y Letras en las que se graduaban malformados y por montones maestros que se constituían en factores que explicaban el subdesarrollo empantanado en el que sus países se iban hundiendo?
Resultados más bien magros y contraproducentes los de la educación “humanista” tradicional. Era de esperarse la conformación de sociedades más humanas, más justas, “sensibles a los infortunios ajenos”. Tradicional y humanista la educación en Latinoamérica: la región más inequitativa del mundo.
Nefasta la preponderancia del ‘humanismo’ en la educación. De entre las 500 mejores universidades del mundo apenas 10 son latinoamericanas. Como para decir basta: los estudiantes ecuatorianos del preuniversitario, en una encuesta internacional, fracasaron en lectura y razonamiento lógico (matemático). Ni que decir tiene que no se les había ejercitado para leer conceptualmente los textos de Moral y Cívica.
“Humanista, persona instruida en letras humanas”. Pocos humanistas deben haber en nuestro país. Los ecuatorianos casi no leemos: según la Unesco, en Ecuador se lee 0.5 libros por año y persona, en tanto que en Argentina y Chile 4.6 y 5.4 respectivamente. Muy por debajo de países cultos y bien parados en ciencias como Francia. Tuve la suerte de tenerle como maestro a Don Gregorio Marañón, científico y humanista, figura preclara de la Europa del siglo XX. De él me viene, creo yo, el ánimo para haber escrito este artículo.
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