Un filme mexicano-ecuatoriano -‘Cómo enfriar a mi marido’, de 1970- nos descubre en una escena rodada en el Hotel Quito, el “desaparecido” pergamino de 1961 otorgando al edificio el Premio Ornato. Alguien convenientemente lo había sustraído.En 1984 este es elevado a Patrimonio Cultural Nacional por Instituto de Patrimonio Cultural. El IESS, propietario del inmueble, negocia el hotel en el 2014 en la irrisoria suma de 30 millones de dólares; el beneficiario: The China Road and Bridge Corporation, accionista principal de la empresa Quito Lindo S.A. Poco después la ficha de este patrimonio es extrañamente “modificada”, eliminando la protección integral en base a falacias para justificar la inversión inmobiliaria actualmente en curso. Hace año y medio la Corporación contrata a una poderosa empresa quiteña de arquitectura para construir tres torres de hasta 36 pisos, para lo cual derrocarían la mitad del ala sur de habitaciones, lo que se conoce como “Las Casitas” , además, el Casino.
El primer gran hotel moderno de la ciudad había sido proyectado para albergar buena parte de los 1 500 invitados que en 1959 acudirían a la XI Conferencia Internacional de Cancilleres. Lo diseñaría el famoso arquitecto estadounidense Charles Foster McKirahan, uno de los principales arquitectos del estilo MiMo (Miami Modern). El evento nunca se dio pero quedó éste y otros monumentos claves de la modernidad quiteña. En los años 50 Ecuador había iniciado un giro político para disipar el temor de un comunismo indigenista y mostrar al mundo el valor -sin conflictos- de sus parajes, artesanías y comunidades indígenas. Empatizaría con los ideales del New Deal americano que pretendía distanciarse de la guerra interpartidista y los reclamos populares de entonces, nos recuerda Paco Salazar.
En una extraordinaria exposición apoyada por el Colegio de Arquitectos de Pichincha en el Museo Archivo de Arquitectura en Quito, curada por Andrés Núñez, él y sus colaboradores nos descubren al Hotel como pieza clave de un turismo global hacia Sudamérica. La aviación, su aliado, terminaría por reforzar nuevos consumos culturales y económicos. Este y otros hoteles de la época fueron más allá y se sumaron a los esfuerzos por armar un folklore propio diseñando halles o habitaciones con muros, alfombras, murales o mobiliario de “ancestro” indígena.
Por ello, nos toca actuar a toda prisa para salvar este patrimonio de la invasión inmobiliaria en marcha, y reflexionar acerca de las maneras alternativas de habitarlo. El proyecto es integral, no puede ser desmembrado arquitectónicamente o paisajísticamente hablando. ¿Qué quedaría de un artefacto construido -remarca Lucía Durán- sin una poética del lugar y la memoria de unos afectos sociales?