El bochorno en el Hospital Teodoro Maldonado del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social en Guayaquil es una prueba más de que no todo es cuestión de plata para que las cosas funcionen bien, para que los problemas se solucionen, para que el servicio sea eficiente y oportuno. Nunca antes ha tenido el IESS tantos ingresos como ahora. El incremento aluvional de afiliados multiplicó sus ingresos de manera extraordinaria. Como al mismo tiempo que aumentaron los afiliados se empezó a atender también a familiares de los aportantes sin que aporten nada –cónyuges e hijos menores de edad- y la demanda de atención creció también desproporcionadamente, los mayores ingresos no fueron suficientes para atenderla. Si no se prevén estas y otras circunstancias cuando se toma una medida, la expectativa sobrepasa la realidad y la decepción se transmite.
En el caso de la atención en los hospitales, de la que siempre ha habido quejas, y concretamente en el caso del hospital en Guayaquil, una veeduría establecida hace más de dos años señaló los problemas que habían, y recién ahora una visita presidencial descubre lo que se sabía documentadamente. Lo que se dijo hace años era cierto y a pesar de que el IESS tiene mucho más ingresos que antes, no solo que los problemas no se han solucionado, sino que la desorganización, mala administración y corrupción siguen presentes, como sucede en los servicios de salud en general.
La larga temporada de altos precios del petróleo ha permitido al Gobierno realizar una amplia labor física. Proliferan las carreteras pavimentadas, los edificios nuevos, las escuelas mimetizadas, los hospitales con buena cara. Nadie lo desconoce. Pero es evidente –y en el caso del hospital del IESS se demuestra- que no todo es cuestión de inversión física. Si esta no está acompañada de preparación del personal, de capacidad técnica y profesional, de mística y ética, lo invertido no guarda relación con el servicio, ni los precios, ni la oportunidad. Así, las deficiencias y problemas que habían, se agudizan.
Ahí están flamantes edificios que albergan a la administración de justicia, con causas sin despacharse o que se resuelven atendiendo intereses que no son los de la justicia.
Ahí están escuelas que se levantan con planos idénticos independientemente de si van a prestar sus servicios en la selva, en la montaña o en la costa. Ahí están más de cien mil nuevos empleados públicos disfrutando de esos edificios y entorpeciendo la administración, cuya eficiencia tiene como principal enemigo al exceso de personal, que antes del incremento ya existía.
No todo es cuestión de plata. La eficiencia, la austeridad, la entrega necesarias no se consiguen solamente con dinero, ya que entonces no habrían problemas por resolver en un gobierno que ha tenido más ingresos que todos los gobiernos anteriores juntos, sino con mística, organización, capacidad y comportamiento ético.
Columnista invitado