Se necesita abyección y una miseria humana en la sima para poner en el banquillo de los acusados a un grupo que representa a lo mejor del Ecuador; que ha luchado por décadas por justicia, equidad, transparencia y no ha vendido su honor por un plato de lentejas.
Isabel Robalino donó su pequeña fortuna para ayudar a la clase trabajadora, Julio César Trujillo ha dedicado su vida a la causa de los trabajadores, los indios, los oprimidos, Simón Espinosa dio ejemplo de lucidez y honestidad en las horas más oscuras de la república sin siquiera sospechar que no había visto nada comparado con estos 10 años.
La Revolución Ciudadana logró lo que quería esta semana. Nos dio una lección a todos los ecuatorianos la vileza que les acompaña. Hay que darle las gracias, porque si antes había quienes decían aquello de “ya tenemos carreteras” les acaban de dar un baño de realidad.
No es que la Comisión Anticorrupción haya sido la única perseguida, estos 10 años han sido largos y penosos en ese rubro, incluyendo a ancianos honorables. Es solo la gota que derramó el vaso. Todos quedaron expuestos de cuerpo entero. Ahora todos estamos conscientes de que si antes teníamos un sistema judicial malo, ahora este es ridículo.
Como me dijo alguna vez antes de morir el gran excanciller Diego Cordovez, al señor Jalkh la Sorbona debería quitarle el título después de todo lo que ha hecho. El sistema de justicia perdió toda legitimidad, no hay Fiscal, no hay Contralor y el sabio Diógenes tendría problemas para encontrar un juez probo. La indignación debería inspirar la lucha por recuperar la decencia.
Pero solo estamos a mitad de camino. La verdadera tragedia –por ahora- es Venezuela. Cómo duele y no deja dormir el testimonio de todo el esfuerzo que están haciendo por salir a las calles, protestar hasta morir si es necesario en manos de francotiradores, con tal de que Nicolás Maduro ceda el poder. Ellos lo intentaron todo por la “vía institucional”, ganaron cabalmente las últimas elecciones legislativas, solo para entender que les tenían preparada una celada.
Por un lado, el régimen chavista tiene el monopolio del uso de la fuerza –Fuerzas Armadas, Guardia Civil y hasta colectivos-; por el otro, el amague de Unasur para alargar eternamente el supuesto diálogo mientras al mismo tiempo Maduro se declaraba dictador. El tiempo era perfecto, porque sabían que tenían los votos necesarios para impedir la sanción de la OEA.
Entre una Colombia atada de manos por los acuerdos de paz, Brasil sin norte internacional, países caribeños receptores de su petróleo y sus socios más grandes del ALBA, Bolivia y Ecuador, como cómplices. Quién hubiera dicho hace apenas unos años que el Socialismo Siglo XXI derramaría sangre inocente con tal de no irse del poder y no perder sus prebendas. Por desgracia, solo una resistencia sostenida y con grandes costos humanos salvará a Venezuela. ¡Qué lesa humanidad la del chavismo!