Siento que nos devoran algunas cosas: el activismo, la impaciencia, la codicia, el afán de tener y de aparentar lo que no somos. Y algunas cosas más públicas: la vida política, la cultura dominante, las viejas y nuevas pobrezas… Es algo que advierto en esta hora en que la confrontación de la vida pública, ante el año electoral que se avecina, tiende a invadirlo de tal manera que pareciera que hasta los mayores desastres, pasado el escándalo y la indignación del momento, se volvieran invisibles, casi inexistentes. Bastante tenemos con vivir al día. Este entretenimiento se ha convertido en un arma política. El poder sabe que lo mejor de sobrevivir es provocar una forma de vida indiferente, más sensible al miedo que a la participación. Nos volvemos desmemoriados, comprometidos solo con lo inmediato, con lo propio… La política es para los políticos y a nosotros, al común de los mortales, nos basta con un leve contacto al amanecer de la mano de Pinargote.
Me causa tristeza el ver la indiferencia de muchos jóvenes ante el compromiso sociopolítico. Este desprestigio de la nos está matando… Es algo que advierto en muchos jóvenes: refugiados en el bienestar o en una espiritualidad intimista y volátil, más pendientes de la propia satisfacción que del amor al prójimo. En el fondo, la cultura de la ausencia le agrada siempre al poder. Personas adormecidas y conformistas son la garantía del dejar hacer, del dejar pasar…
Por eso, deseo reivindicar dos grandes valores que, si los vivimos con coherencia, pueden ayudarnos a afrontar la vida con mayor lucidez y radicalidad: uno, el valor de la pausa; otro, el valor del compromiso político. El profeta Isaías dice: “Por la calma seréis liberados, en el sosiego y la seguridad estará vuestra fuerza”. Y es que el ritmo de la vida, este vértigo consumista, nos roba el corazón. No podemos renunciar a pensar, a ser críticos. Para eso, hay que saber encontrar y encontrarse con la verdad, avivar los rescoldos éticos y creyentes de la propia vida, allí donde se encuentran las raíces de la esperanza. Vivimos demasiado aprisa. Mi viejo profesor del Seminario, siempre sabio, me decía: “Las prisas sólo para amar”.
De esa prisa más profunda, más humana, nace la urgencia del compromiso a favor de la persona. No basta con sentirse bien y estar a gusto. Hoy necesitamos hombres y mujeres profundamente éticos y solidarios que hagan del espacio político un espacio liberador. La política no es sucia, ni mala por sí misma. Es la gran oportunidad para hacer el bien. Pendientes del tablero político, de alianzas y sondeos, podemos perder de vista lo fundamental: qué amamos y a quién servimos. La Iglesia (no la que Montaner tiene en su cabeza, sino la del Señor Jesús) nos pide que hagamos de la política un auténtico compromiso de vida y de fe al servicio de nuestro pueblo. La receta es simple: pausa para el viaje interior, para renovar disposiciones y compromiso para salir de sí mismo, para construir algo bueno en medio del campo yermo.