El laberinto en el cual se encuentra Grecia es el destino último de todos los populismos. No importa cuál es su ideología o tendencia política. Lo que resulta evidente es que el desenlace final es un descalabro de sus economías, empujadas por un desquicio en la administración de los recursos en las que el despilfarro y dispendio produce cierta sensación de bienestar, pero que va incubando, para más tarde, un estrangulamiento del que no se puede escapar.
Fueron varios los gobiernos que condujeron al país helénico a la situación actual. Los excesivos beneficios otorgados por el sistema jubilar, por ejemplo, en el cual era posible alcanzar la calidad de jubilado a los 52 años de edad, fueron establecidos en administraciones distintas a la actual. Todo ello financiado a través de deuda que con el tiempo se volvió insostenible, pese a que buena parte de la misma les fue condonada. Pero esa crisis sirvió para que los antisistema alcanzaran el poder a inicios de este año, indicando a la población que no se someterían a los dictados del resto de países que son parte de la Unión Europea. Los electores les creyeron y ahora enfrentan la realidad que no existirá más ayuda de sus socios europeos, si no se comprometen a profundizar en algunos cambios que, para sus acreedores, aún son insuficientes.
El gobierno de Alexis Tsipras, de aceptar las condiciones sugeridas, estaría negándose a sí mismo y actuando en contra de los postulados por lo que sus votantes lo eligieron. Ofreció que no cedería a las pretensiones de la denominada Troika, pero sin la ayuda exterior difícilmente sortearía el delicado momento por el que atraviesa.
Se ha dispuesto un ‘corralito’ bancario para evitar que los ciudadanos sigan desangrando el sistema financiero, en su intento por salvar sus ahorros ante una eventual salida del euro.Ha convocado a un referéndum para decidir si la población acepta o no las medidas propuestas por los acreedores. Un gobierno que se funda en el discurso populista difícilmente puede aceptar que el rumbo emprendido es el equivocado. Peor aún si esas medidas probablemente puedan generar en un inicio mayor malestar ciudadano, con lo que estaría en duda su permanencia en el poder.
Lo sucedido era lo previsible. En eso terminan todos aquellos experimentos sostenidos en bases irreales que no sean la producción y esfuerzo de los actores económicos. Los populistas jamás aceptan sus errores, aún si constatan que sus mundos artificiales se caen a pedazos. El poner medidas correctivas les lleva a la inaceptable situación de ver desnudados sus equívocos, rendidos ante la evidencia que sus preceptos no tienen asideros reales y que su gestión, a la larga, provoca más daño que el que supuestamente pretendieron corregir. Nada nuevo bajo el sol. Solo la incertidumbre de conocer, si se persiste en el referéndum convocado, si los griegos prefieren permanecer en la zona del euro o si deciden botarlo todo por la ventana.
Siempre resulta duro despertar a la realidad y peor constatar que el que dirige el barco desde hace rato confundió el rumbo.