¡Hora de la verdad!

Hay tantos factores -previsibles e imprevisibles- que influyen sobre el precio del petróleo “crudo”, que nadie sabe cuál será la evolución de estos en los mercados internacionales. A la hora de calcular las cotizaciones, los “adivinos” del Ejecutivo y de la Asamblea se portaron este año moderados y estimaron que el promedio sería de USD79,3 por barril de las características que distinguen al producto de nuestro país.

Y hasta ahora han acertado. Puesto que el promedio del precio, vital para los gastos del Gobierno y el necesario equilibrio de la Balanza de Pagos y la Balanza de Comercio con las demás naciones del mundo, ha sido de USD 81 el barril… lo que deja un cierto excedente, pero la medida de tal, tiende con persistencia a encogerse.

¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta del millón, literalmente dicho, sobre todo respecto del segundo semestre del año 2012. De hecho, ya se han tomado algunas medidas destinadas a enfrentar la realidad. Por ejemplo, la semana pasada –y sin dejar de acudir a pretextos traídos por los cabellos, que solo restan credibilidad a los funcionarios oficiales– se procuró disminuir la importación de centenares de artículos de consumo, mediante el señalamiento de cupos y la imposición de nuevos tributos aduaneros.

Pero el drama para el segundo semestre se mantiene en suspenso. Con la adicional e importantísima circunstancia, dadas las prácticas de la politiquería ecuatoriana y el manifiesto anhelo del economista Correa de lanzar su candidatura a la reelección inmediata, de que en febrero de 2013 deberán tenerse elecciones generales .

Claro que la solución estructural y de fondo habría sido un sistemático trabajo orientado a rebajar la asfixiante dependencia del Ecuador hacia el petróleo “crudo”, buscando al mismo tiempo con diligencia y sentido pragmático la diversificación de mercados con los que comercia el país. Pero paradójicamente esta es una materia en la que casi nada se ha ejecutado y se pierden los lugares de consumo de una fruta tan significativa como el banano y de otros rubros con los que se intentaba ampliar el abanico de lo ‘tradicional’, como es el evento de las flores.

A su vez urge ahora más que nunca, recortar los cuantiosos gastos gubernamentales; casi todos ellos caen dentro de la categoría de “servicios”: sueldos, aumentos de sueldos, viajes por la geografía del planeta, oficinas, vehículos, propaganda caudalosa y un larguísimo etcétera complementario.

De no, el desequilibrio fiscal llegará hasta cifras astronómicas, que como amargo fardo deberá ser cargado sobre los habitantes de la nación y sobre las futuras generaciones, obligadas a pagar deudas en cuya contratación no tuvieron arte ni parte y a satisfacer usureras cláusulas de tasas de interés y plazos, tal como se advierte en penosísimos ejemplos, incluso dentro de países que se creía marchaban hacia la superación de los peores efectos del subdesarrollo, según ocurre con los europeos.

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