Columnista invitado
Jacinto Jijón-Caamaño Barba: Llegó a quinto grado al Pensionado Borja N°1; hasta entonces había recibido clases particulares en su casa. Como lo reconoció siempre, los compañeros le recibimos con los brazos abiertos y nunca le hicimos sentir raro, aunque vaya que lo era: se trataba del único niño en Quito que llegaba mañana y tarde en un inmenso carro verde con chofer uniformado y un paje de librea (de librea también verde), quien le abría la puerta y, un paso atrás del enhiesto niño, le acompañaba hasta la puerta del aula, llevándole el carril y el abriguito.
En nuestra escuela descubrió la alegría del juego, el calor del compañerismo, puede que su propia infancia. Hasta entonces había sido el principito encerrado en su castillo, sin amigos de su edad. Y para nosotros fue un amigo más. Claro que ninguno de nosotros tenía una hacienda con parque zoológico, ni choferes, criados y mansiones, ni un padre con título de conde. Pero daba igual: era nuestro compañero y le hicimos sentir como tal.
Lo mismo en el San Gabriel. Participó en todo lo que hacía un colegial de entonces y fue un gran alumno, igual de bueno para sociales que para matemáticas, se destacó, sobre todo, por su brillante mente científica. En quinto curso, nos invitó al lanzamiento (exitoso) de un cohete fabricado por él. Y nadie olvidará su grado oral, en el que llenó con fórmulas pizarrón tras pizarrón, dejando boquiabiertos a los delegados ministeriales y profesores del Mejía, que en esa época todavía supervisaban los exámenes del San Gabriel.
Estudió ingeniería eléctrica y electrónica en EE.UU. Fue embajador en Italia, diputado de la República, profesor universitario y empresario. Pero para quienes egresamos del Borja 1 en el 56 o nos graduamos del San Gabriel en el 62, fue nuestro querido y admirado compañero. Falleció a los 72 años, tras combatir un malhadado cáncer, el 4 de junio.
Xavier Fernández Orrantia: al rector de la Universidad Internacional del Ecuador también se lo llevó el cáncer, dos días antes. No tenía sino 51 años. Descendiente por el lado materno de ilustres familias de Guayaquil, se trasladó a Quito y se preparó a conciencia para dirigir la universidad fundada por su padre. Lo estaba haciendo con gran capacidad. Los designios de Dios son insondables y nos descolocan al ver una vida prometedora truncada tan pronto. Solo queda entender que lo que tenía que hacer en la vida, lo hizo a plenitud.
Delia Rosa Crespo de Ordóñez: tras quedar viuda a los 38 años, esta extraordinaria mujer sacó adelante a sus cuatro hijos. Creativa, alegre, inventaba y vendía líquido de muebles, tinta de zapatos blancos o cualquier otra cosa. E hizo felices a miles al publicar en este diario sus recetas, claras e infalibles, y recopilarlas en el más famoso libro de cocina del país, “Cocinemos con Kristy”. Falleció de 92 años este domingo. Nos harán falta los tres.