La lectura de “Gabriel García Moreno y la formación de un Estado conservador en los Andes”, del estadounidense Peter V.N Henderson, deja una impresión inicial de extraña contemporaneidad. A caballo entre la biografía y el análisis estudioso de las dos presidencias garcianas y de sus tiempos, la de Henderson es quizás una de las obras más necesarias para entender la historia ecuatoriana del siglo XIX. En este punto la única lástima es que la edición en español no sea mejor: abundan las faltas ortográficas y tiene partes que no están traducidas del inglés (las fuentes).
Me parece que esa sensación de extraña contemporaneidad, de familiar actualidad de la que les he hablado líneas atrás, está enganchada con dos grandes ejes. Para empezar tras la lectura de este libro queda el sabor de boca de que muchos de los problemas que el Ecuador experimentó en la era garciana todavía, a principios del siglo XXI, siguen vigentes. Seguimos a la busca de un sistema educativo que garantice mínimos de acceso a la sociedad y que genere los más básicos niveles de igualdad. Continúa nuestra lucha por un sistema de salud medianamente viable y razonablemente eficiente, que cubra a la mayor cantidad de gente posible. Todavía no hay una carretera que comunique directamente a Quito, la capital, con Guayaquil, el puerto más importante. Incluso en estos tiempos, los de la pastilla del día después, del I-Pad, de unas pastillas azules que –según me dicen- garantizan prestigiosas y amenas erecciones, nos ponemos a temblar cada vez que hay una rebelión policial o un alzamiento militar. Es razonable sostener que, más o menos igual que en la era de García Moreno, seguimos viviendo en una democracia embrionaria y de extrema fragilidad (guardando, por supuesto, las distancias, y dejando a salvo los avances en esta materia). También se podría argumentar, con mucho de razón, que seguimos tras consolidar un Estado nacional contemporáneo.
El segundo eje tiene que ver con el personaje mismo. García Moreno era un caudillo clásico: el salvador y el refundador de la Patria. Aunque Henderson repasa y toma nota de los logros de este período conservador, con inteligencia y agudeza hace notar que nuestro personaje era el hombre indispensable. Es decir, la representación misma del incipiente Estado ecuatoriano, adalid de la República, reformador espiritual y paladín de la cruzada por la moralidad católica, líder en la guerra y reconstructor en la paz. Así, todos los planetas giraban a su alrededor, con tal dependencia que el académico estadounidense apostilla “cosa que a largo plazo debilitaría su proyecto porque su sistema dependía de su presencia”. De la vida misma’