Steve Jobs fue, a no dudarlo, un extraordinario hombre contemporáneo. Vivió a la altura de su tiempo. Más aún, elevó el nivel de su época. Transformó la comunicación. Hizo de computadoras, iPod e iPad, extensiones de la persona. Incorporó la tecnología a la vida cotidiana. Y algo ciertamente revolucionario: con la genialidad de sus inventos, contribuyó a eliminar las distancias, y el mundo empezó a vivir en simultánea globalización, a mirar la noticia en tiempo real, y permitió que todos llevemos enorme e insospechada carga de información en el mínimo artefacto que todos portamos, ya adherido al cinturón o en el fondo misterioso y caótico de los bolsos femeninos, o ya en la tableta, cada vez más sofisticada y asombrosa.
Steve Jobs, y el signo de su genialidad -la manzana mordida-, son testimonios de cómo la iniciativa, la tenacidad y el talento individuales son los factores que mueven la vida y modifican la sociedad. Esa persona, hoy prematuramente muerta, inventó en la modestia de un garaje la transformación del mundo. No hubo ni ideología, ni planes preconcebidos, ni discursos, ni actos de masas. Nada de eso, simplemente hubo trabajo, imaginación, intuiciones, sentido común. Y un ambiente de libertad que le dejó hacer, que le permitió crecer hasta meternos a todos en la tecnología. La revolución de Steve Jobs es la verdadera revolución, la que transforma profundamente las relaciones sociales, la que genera posibilidades, la que permite entender mejor la circunstancia, la que escribe la historia en la modesta pantalla de la computadora. La revolución del trabajo, tan distinta de las estrepitosas que, con la insustancial prepotencia de los caudillos, destruyen países y siembran despotismos. La Mac, esta en la que escribo, en la que indago y navego, con la que me comunico gracias a la genialidad del Skype, estos inventos de Steve Jobs y los demás, que ya no le asombran a una sociedad habituada a lo extraordinario, son instrumentos que cambiaron la forma de trabajar en oficinas y hogares, que hicieron de cada uno de nosotros portadores de cultura, de información y de tensiones y, a la vez, observadores perpetuos de lo que ocurre en cada rincón del universo.
La Mac y todos sus parientes son artefactos de libertad individual: se inventaron y perfeccionaron más allá del Estado, son fruto exclusivo de individuos talentosos. Y ahora, con su uso extendido, han generado el mundo alternativo, libertario, incontrolado, de las redes sociales que fluyen como río vivo entre los resquicios de la sociedad civil. Han sido ya factores contestatarios, métodos contra los poderes, mala conciencia de los políticos, transmisores de pensamiento compacto, de debate.
Nada de eso habría sido posible si Steve Jobs y otros como él, geniales hombres contemporáneos, no hubiesen cedido a las tentaciones de su libertad, a los retos que les imponían sus talentos.