‘Hoguera bárbara’

Revisando periódicos e índices bibliográficos sobre la figura de D. Eloy Alfaro, aún podemos ampliar la abigarrada enumeración, ensayada en mi artículo anterior, sobre las causas remotas y próximas de los apocalípticos sucesos del 28 de enero de 1912. Y no tienen más antecedente, un siglo atrás, que la muerte del anciano Conde Ruiz de Castilla, corresponsable de la masacre del 2 de agosto de 1810, quien fue arrastrado por las turbas desde su refugio en el Convento de El Tejar hasta la Plaza Grande, donde acabó de morir. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que desde hace 100 años el mito alfarista y el respectivo antimito no han hecho sino crecer.

Primero surgieron como necesidad lógica, natural diríamos, los ensayos tendientes a rescatar del humeante escenario de El Ejido, más que los calcinados restos corpóreos del sacrificado ex Presidente, su figura histórica ya aureolada de martirio por sostener sus ideas. Así nació la tesis exegética y panegirista iniciada por D. Olmedo Alfaro con el libro ‘El asesinato del Gral. Eloy Alfaro ante la historia y la civilización’, aparecido en Panamá el mismo año de 1912, filial remembranza, índice acusador y dolorida recopilación de documentos, donde no faltaron interesadas aunque comprensibles distorsiones.

La corriente panegirista fue continuada en 1916 con el libro ‘Vida y muerte de Eloy Alfaro’, editado en Nueva York, primera biografía con estructura metódica escrita por D. Roberto Andrade, perseguido durante largos años de trashumancia, de país en país, por los gobiernos ecuatorianos que le reclamaban como coautor del asesinato del presidente Gabriel García Moreno -aunque al parecer salvaguardado por ocultos poderes- y luego estrecho colaborador del caudillo liberal en varios cargos públicos de 1895 a 1912. Sigue esta tendencia de exaltación del líder radical el Dr. Pío Jaramillo Alvarado con ‘La victimación del General Eloy Alfaro y sus tenientes’, edición impresa de su Vista Fiscal en el juicio incoado por resolución del Congreso a raíz de los escalofriantes sucesos, causa que no concluyó en sentencia, aunque se hizo público el dictamen fiscal que acusaba el Encargado del Poder, Dr. Carlos Freile Zaldumbide, y sus ministros Dr. Luis Octavio Díaz y Gral. Juan Francisco Navarro, directamente imputados de coautoría y complicidad en los crímenes del 28 de enero. La voz panegirista de Pío Jaramillo, aunque todavía aislada dado el predominio del placismo, continuó con un breve ‘Ensayo biográfico’ (1934).

Salvo una recopilación hecha por el gobierno durante 1912 para liberar al Gral Leonidas Plaza de la acusación de haber organizado el complot que eliminó a Alfaro, y las defensas personales de Carlos Freile, Octavio Díaz y J.F. Navarro, el liberalismo placista se abstuvo de terciar en la polémica, no obstante haberse señalado a su jefe como beneficiario de los sucesos, ya que cuando ocurrieron Plaza se hallaba en Manabí.

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