Los franceses habían conquistado el territorio desde Canadá y lo bautizaron en honor A Luis XIV, el ‘Rey Sol’. Luisiana pasó a España en 1763 como resultado de la derrota de Francia en la Guerra de los 7 Años. Luis XV la cedió a su primo Borbón Carlos III, pero España dominó Luisiana solo 2 generaciones. La debacle social y económica de la derrota francesa aceleró el deterioro de la ‘aristocracia de pelucas’, que culminó con la Revolución Francesa de 1789. España declaró la guerra a la Francia revolucionaria cuando Luis XVI fue guillotinado y el Papa ordenó a todos los católicos a oponerse a la Revolución.
En este contexto, al gobernador Carondelet le tocó manejar una colonia de terratenientes francófonos monarquistas, mientras una minoría simpatizaba con los revolucionarios. El barón salvó la crisis con mesura, con la deportación de 68 activistas fervientes.
En 1791 otra revolución, la de los esclavos haitianos, traía un dilema a la Convención revolucionaria en París: aplicar a su colonia más lucrativa una “egalité” que incluyera esclavos, o tratar de aplastar a los independentistas. Hizo lo segundo, hasta que Robespierre abolió la esclavitud.
Más de 4 000 franceses habían sido asesinados en Haití y miles de refugiados blancos (y sus esclavos) huyeron a Luisiana. Los aterrorizados estancieros locales presionaron a Carondelet para que prohíba la importación de nuevos esclavos. El barón accedió, pero fue más allá: mejoró la situación de los esclavos en Luisiana a través de la regulación de mínimos ‘vitales’ que los hacendados debían proporcionar en comida, vestido y descanso.
España estaba en decadencia, pero aún mantenía la hegemonía monetaria internacional gracias a sus minas de plata americanas. Tanto así que cuando el dólar de los EE.UU. fue establecido en 1792, basó su valor en paridad al peso de plata español.
El ascenso de Napoleón selló el destino de Luisiana. Bonaparte tenía grandes designios en América: restableció el esclavismo en sus colonias y en 1802 envió una fuerza de 60 000 soldados que retomaron Haití. Su siguiente paso era afincarse en Luisiana y para esto, en un tratado secreto, obligó a España a cedérsela. La fiebre amarilla dio al traste con sus planes, pues mató a la mitad de sus soldados en Haití, cambiando la historia. Solo Dios sabe qué habría sucedido si la Francia de Napoleón hubiese lindado con Estados Unidos.
Un decepcionado Napoleón vendió Luisiana a EE.UU. en USD15 millones (alrededor de USD 220 millones de 2010) en 1803. Así, los EE.UU. duplicaron su extensión y tomaron posesión de Luisiana con un ejército para disuadir cualquier resistencia de sus habitantes latinos.