Dos historias (in)morales

Primera historia: un chico y una chica, ambos de 30 años, se van de paseo. Los dos son solteros y sin compromiso; ambos son personas sanas e inteligentes; los dos se quieren y respetan mutuamente. Una noche deciden tener sexo. Ella usa un dispositivo intrauterino y él un preservativo. Al siguiente día, los dos coinciden en que aquella fue una experiencia satisfactoria pero que, a pesar de eso, no se acostarían más. También deciden mantener este episodio en secreto.

¿Es correcto el comportamiento de estos chicos? Tal vez la mayoría de Uds. diga que sí. Después de todo, la historia trata de dos adultos jóvenes que deciden tener una relación casual que no produce daño a absolutamente nadie. ¿Pero qué pasaría si les digo que esos dos chicos son hermanos? Tal vez su punto de vista cambie.

Segunda historia: una persona protesta en la calle. Lo hace porque cree, desde siempre, en el derecho a cuestionar las decisiones del poder y, en este caso, porque está convencido que se debe conservar el Yasuní, una reserva ecológica de la humanidad. Durante décadas ha participado en protestas como aquella, siempre en defensa de lo que él ha considerado justo. Lo ha hecho con pasión y desenfado, a veces con 'yucazos' incluidos.

¿Es moral el comportamiento de esta persona? Muchos dirán que sí. Después de todo, esta persona siempre ha optado por defender a los más débiles. Ha hecho señales obscenas, sí, pero eso forma parte de un escenario de protesta social. Pero si ese mismo manifestante hubiera estado drogado y borracho ¿su actitud y su protesta hubieran sido automáticamente inmorales? Ambas historias -la primera fue inventada por Jonathan Haidt, psicólogo de New York University- nos dicen que muchas veces juzgamos la moralidad de las personas según nuestros instintos: no dudamos en condenar el encuentro de la pareja de jóvenes cuando nos enteramos de que son hermanos y, tal vez, también nos apresuramos a condenar a alguien si nos dicen que está bajo la influencia de las drogas y el alcohol, aun cuando su causa sea justa.

La manera como cada uno juzgue estas dos historias dirá mucho de sus concepciones morales. Para hacer una vida verdaderamente moral tal vez debamos empezar por discernir entre nuestros valores y nuestros instintos o costumbres inveteradas. Tal vez esa sea la única forma de construir una moral universal que nos permita convivir sensatamente.

Si somos capaces de diferenciar valores de instintos podríamos entender mejor al otro, porque miraríamos su comportamiento sin las anteojeras del prejuicio ni de la pasión extrema. Instintos y valores no siempre combinan bien. En el mejor de los casos solo han aupado moralismos hipócritas y, en otros, han producido intolerancia y autoritarismo.

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