Historia, otra vez
En sucesivos, aunque no consecutivos artículos, me he referido a la historia de nuestra Academia Ecuatoriana de la Lengua (AEL). Como quedó pendiente buena parte de dicha historia, vuelvo a ella, hoy.
A riesgo de repetirme, insisto en que la Academia Ecuatoriana de la Lengua no es Real… Las Reales Academias, son ‘instituciones españolas de investigación y divulgación cultural, científica y artística’, que surgieron durante la Ilustración, amparadas por la Corona Española. De ahí su apelativo. Pero la AEL, Correspondiente de la RAE, pertenece a nuestra república. El adjetivo ‘Real’ corresponde a las academias de España, de entre las cuales la de la Lengua es la decana, desde 1713…
Nuestra Academia, en 1979, cumplió 105 años. La mayor ilusión del director de entonces, don José Rumazo González, uno de sus preclaros miembros, consistió en recuperar la casa de la calle Cuenca, que ‘constituía un problema absorbente y de difícil solución’. En realidad, el edificio ‘se encontraba en tal deterioro que el techo se venía abajo’. “Después de penosas gestiones, fue posible obtener que las doce familias que allí vivían fueran abandonando las habitaciones, de modo que se hiciera posible la reconstrucción y remodelación de esta casa”. (Barriga López, F., ‘Historia de la Academia Ecuatoriana de la Lengua’, 2012).
El inmueble académico, entregado por el Estado en 1905 en pago de su vieja deuda con la AEL, hacía años que era un conventillo de imposible desalojo. Con enorme prudencia, tras gestiones sin número, el I. Municipio quiteño inició su restauración, culminada en la década de los 80, justamente cuando ocurría el asalto de las calles aledañas por los vendedores ambulantes, que hicieron de nuestra plazoleta parte del mercado Ipiales. La insensibilidad de la burocracia respecto del destino cultural de nuestra sede, permitió que, a la puerta de la antigua y bella casa republicana, se instalara una batería sanitaria para uso de los vendedores. Doña Piedad Larrea Borja, la primera mujer miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y una de las primeras académicas en el mundo de habla española, al entrar, un día, en su calidad de secretaria perpetua, por nuestro portal abierto, encontró a un jovencito en paños menores, que se probaba un pantalón. Tras esta experiencia intolerable, nuestro Municipio arrendó, en 1994, el querido y bello inmueble, y los académicos emigraron a una casa de la calle Veintimilla.
En ese ir y venir de rehabilitaciones, ocupaciones y desocupaciones, hemos vuelto a la casa, gracias a las felices circunstancias que favorecieron el interés de la Real Academia y la generosidad de Cooperación Española, y a sucesivas alcaldías que beneficiaron a Quito, al procurar el digno desalojo de ventas ambulantes en calles y plazas del centro.
Esta política de recuperación de nuestro Quito colonial, ámbito de historia, hermosura y dignidad, proseguirá, y nosotros, como Academia, procuraremos aportar con vigor.