Una historia tenebrosa

La historia siniestra que nos están contando entre los Bucaram y el Gobierno es un nuevo capítulo de la política que parecía no tener ya con qué sorprender. Nadie se atreve a interpretarla, es como un juego descarado de guiñoles del que solo vemos las sombras que nos proyectan en el escenario, no las manos y los hilos que mueven a escondidas ni el libreto.

Empezó hace años como una historia entretenida de diálogo, olvido y reconciliación. El derrocado y acusado volvió al país y sus hijos se movían ya en la política y participaban en el diálogo nacional convocado al más alto nivel. El libreto siguió, sin aparente escándalo, hasta que se tornó morboso con acusaciones de negocios sucios, estafas y órdenes de prisión.

Ahora ha subido de grado y se torna malévolo con allanamientos, prisiones, amenazas, filtraciones y un crimen de por medio. Contemplamos estupefactos la trama siniestra sin atinar a calificar de operación meramente policial o de un nuevo episodio de la política nacional que siempre tuvo capítulos desconcertantes y violentos, pero sin las redes sociales para magnificar y retorcer las maniobras.

El último allanamiento fue especialmente perturbador porque en él participaron la Fiscalía, la Policía, y la televisión. Resultó un espectáculo grotesco representado por policías al ingresar con cámaras, rompiendo puertas de acceso a la vivienda para sorprender en la cama a un expresidente ridiculizado. ¿Tendría acaso el propósito de humillar al acusado para quebrar su voluntad, como dicen los sicólogos que se pretende cuando se desnuda a los presos y se les despoja de toda defensa? Esto no es imaginable en un gobierno democrático y civilizado.
No se puede aventurar un juicio sin conocer todas las circunstancias, pero los datos que se han hecho públicos suscitan inquietudes que no atinamos a responder. Mataron a golpes a un detenido cuando estaba bajo custodia; aparentemente la víctima fue amenazada o prevenida por los guardias y el propio director de la prisión y participaron en el crimen otros detenidos aunque estaban en un sector aislado.

Alguien grabó una llamada telefónica y filtró a los medios. Si en los bancos hay inhibidores telefónicos, ¿no debe haber en la cárcel?
Confundidos asistimos a la trama como si se tratara de un reality en el que no sabemos qué es real y qué es provocado o provocador. No podemos creer que personas de bien empiecen a actuar con la misma malicia que los delincuentes o que personas bien intencionadas, se vean atrapadas y obligadas a participar involuntariamente en episodios equívocos. Peor que personas buenas encuentren imposible distinguir, entre los subalternos y colaboradores, a los buenos de los malos.

Por el bien de la democracia, la regeneración de la política y la seguridad ciudadana, la autoridad tiene que aplicar la ley por encima de histrionismos y habilidades de malhechores.

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