Atinadísima la decisión de las autoridades católicas para nombrar como Cardenal a Raúl Vela Chiriboga, quien era hasta hace poco el Arzobispo Primado de Quito. Seguramente muchos tenemos la experiencia de su talento, su amplio don de gentes, su cálido sentido humano’ todo de inconfundible raíz e inspiración apostólicas. Inclusive este servidor de ustedes recibió una vez un testimonio de confianza, que siempre ha estimado como la más valiosa condecoración que obtuviera jamás.
El relato del episodio, que no es solo una anécdota sino que corresponde a la más rigurosa verdad, consta enseguida. Por entonces desempeñaba yo el Rectorado Pedagógico del Liceo Internacional, prestigioso plantel ubicado hacia el noreste del Distrito Metropolitano de Quito, cuando la solicitud de un grupo de habitantes de Zámbiza, parroquia rural muy cercana al Liceo, se me convirtió en una preocupación constante porque, hasta hace unos años no se disponía allí de una escuela completa y las niñas y los jóvenes no tenían cómo proseguir sus estudios, con apropiadas garantías de eficiencia y seguridad.
Luego de darle vueltas al planteamiento y con el apoyo de las otras autoridades de la institución, comenzó a tomar cuerpo la iniciativa, pero claro, el primer formidable obstáculo era la falta de un terreno del tamaño y las características indispensables para emplazar el nuevo plantel. De pronto surgió la posibilidad de obtener el comodato del lote que circundaba a la iglesia parroquial. Enseguida comenzamos las gestiones indispensables en la Curia arzobispal, debida a la índole del terreno mencionado: fuimos primero ante el arzobispo el doctor Jorge Campos, amigo de Vela Chiriboga desde la infancia en Riobamba, y yo quien conocía las cualidades del Prelado como efecto de breves encuentros en el desempeño de otras funciones.
Pero luego del primer impulso, como suele pasar en los vericuetos de las burocracias, las cosas parecieron demorarse y aún empantanarse por las sesiones, los estudios, los informes. Cuando cundía ya el desaliento, de súbito recibí una invitación del Arzobispo y durante corto diálogo muy directo, él me preguntó si yo confiaba en el proyecto y en los beneficios sociales que derivarían de él; como yo contestara de manera rotunda y afirmativa, Vela Chiriboga replicó: “Si esa es tu convicción, en 48 horas se firmará el contrato de comodato”. Y así efectivamente se hizo.
El nombre del plantel no ofreció dificultad alguna: se escogió el del científico Fernando Ortiz Crespo, querido compañero de estudios y gran adelantado en la defensa tangible del ambiente y las especies animales en peligro. Se donaron aulas en memoria de personajes como el Dr. Rodrigo Crespo Fabara y el empresario Jaime González Artigas Díaz. Desde entonces funciona el plantel con singular éxito gracias a la dirección y fervor de las familias vinculadas al hermoso proyecto.