Al comentar los acontecimientos de Egipto, el Sr. Presidente se sorprendió de que Mubarak estuviera 30 años en el poder, lo cual lo atribuyó a EE.UU. Sin embargo, Sadat, el antecesor, permaneció 11 años; terminó por asesinato. Sadat había reemplazado a Nasser, al morir éste, tras 18 años en el poder. Nasser, opuesto a EE.UU., fue promotor de los no alineados. Es decir, al menos la duración de estos gobernantes no obedece al peso de EE.UU.; en cambio, en lo geopolítico es decisivo. Siria, opuesta a EE.UU., tuvo a H. al Asad por 30 años, sucedido a su muerte por su hijo, que ya va 11 años en el poder. Iraq tuvo a Hussein por 24 años, hasta la inadmisible invasión de EE.UU. Túnez tuvo a Ben Ali 23 años. ¡Gadafi en Libia está 42 años! La realidad es más compleja que la intervención de EE.UU. en algunos casos. Hay analistas que atribuyen más influencia al Islam. Aún así, la explicación es insuficiente. ¡Qué compleja la realidad!
Al Presidente le indigna que haya gobernantes por tanto tiempo en el poder; sí, es triste que haya quienes se ven indispensables y no sepan encarnar el proyecto en una organización con rotación de dirigentes, pluralismo social y tolerancia.
Luego del triste 30 de septiembre, el Presidente afirmó que sus responsables no eran extranjeros, sin oír las versiones de Venezuela que asocia cualquier contacto de una organización ecuatoriana con alguna entidad pública o privada en EE.UU. para convertirla en complotadora y maléfica. Pareció sensato que viera que nuestras dinámicas sociopolíticas dependían de nuestras virtudes, divergencias y errores. Pero ahora el Presidente sigue la visión primaria de grupos que reducen todo al bien y al mal, a la lucha contra el demonio imperialista y la realidad, a acciones de este demonio que hace y deshace. Nosotros, pueblos, personas, organizaciones sociales quedamos de simples marionetas, privados de dinámica histórica; dependemos de la maldad imperial o de la bondad milagrosa.
Sería deseable que los hechos de Oriente Medio ayuden al Presidente a recuperar su posición inicial de que Ecuador tenía camino propio y éramos actores de nuestra historia, también contra los imperialismos. Las potencias podrán intervenir, pero aquí no definen nuestro destino, tampoco esto justifica entrar en una cacería de brujas con las organizaciones políticas o sociales buscando los hilos del norte. No se devalúe ni devalúe nuestras diferencias. La derecha ecuatoriana puede dar cátedra a la de EE.UU. de cómo actuar contra un oponente. Es legítimo que la derecha intercambie con la derecha, la izquierda pacte con la izquierda, que se ayuden entre ONG o entre los de derechos humanos.
Reducir nuestra lucha social a los hilos de Washington, es devaluar nuestras diferencias. Es mejor combatir con ideas y recuperar la sensatez de la historia.