El relato de la realidad que hacen los medios de comunicación es la construcción diaria de la historia nacional. Allí, en ese relato, está la descripción de los hechos y los juicios que sobre ellos se vierten desde distintas perspectivas, el análisis de los antecedentes y, en alguna medida, los beneficiarios y las víctimas. La historia oficial es la narración de los hechos con el propósito de justificar las acciones y decisiones de un régimen o doctrina y con frecuencia avanza hasta la reinterpretación interesada de las vidas de los caudillos para convertirlos en héroes y exaltar su popularidad. La historia oficial no es necesariamente falsa, en el pasado ha servido para enaltecer el nacionalismo y la cultura, pero cuando está constituida por mitos y falsedades tiene poca credibilidad y escasa duración, porque se derrumba apenas aparecen los datos históricos que quedaron ocultos, pues la historia oficial solo existe mientras es impuesta.
La Ley de Comunicación que ha sido sancionada, sin pérdida de tiempo, por el Presidente de la República y enviada al Registro Oficial desoyendo el clamor nacional e internacional, pasando por alto los instrumentos internacionales y negándose a debatir incluso entre quienes están de acuerdo con ella, nos coloca en el riesgo de iniciar una etapa en la que tendremos dos relatos históricos, la historia oficial, que será el relato cuya publicación está permitida y la historia verdadera, que estará constituida por las noticias cuya publicación ha sido negada, no importa si es por censura o por autocensura.
Los medios de comunicación deberán llevar un archivo de los datos y los hechos cuya publicación no es posible, para construir con esos fragmentos la historia que no será conocida durante el imperio de la Ley de Comunicación. No será posible hacer ninguna denuncia. La historia de la corrupción se construye con fragmentos que se van develando y cuya publicación obliga a desmentir, confesar o revelar nuevas cosas. Basta recordar la forma en que se fue descubriendo el caso Watergate para advertir cuán imposible hubiera sido poner al descubierto la corrupción y obligar a la renuncia del presidente Nixon, si no se iban publicando las revelaciones parciales.
Con nuestra flamante ley eso será imposible. La corrupción debe estar celebrando con más entusiasmo que la Revolución Ciudadana la expedición de esta ley, que obligará a mantener en las sombras las denuncias que todos conoceremos porque no dejarán de circular de boca en boca. El llamado correo de brujas renacerá en nuestro país y el chisme será más valorado que la versión oficial.
Los medios de comunicación serán más valiosos que antes pero no por lo que publiquen sino porque su archivo será un tesoro que deberemos recuperar para construir la verdadera historia nacional y, entonces, la historia oficial pasará al archivo de curiosidades.