Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… No estoy rezando; estoy practicando por si un día me toca rendir cuentas ante los tribunales del buen pensar, el buen reír, el buen dibujar, el buen locutar, el buen fotografiar, el buen filmar y el buen escribir.
Llegada la hora, no me voy a portar resabiada; lo juro por el dios del buen vivir que todo lo ve y todo lo sabe. Porque en realidad muy bestias y muy salvajes somos los periodistas, que tenemos la culpa de todos los males que han aquejado, aquejan y aquejarán a este pedacito de cielo.
Para que quede constancia de que en verdad quiero cambiar, que no soy de esas que se confiesan, se dan golpes de pecho y siguen en actitud de ‘viva la fiesta’, pensando y escribiendo como si nada, ya tengo un plan de trabajo -aprobado por la Senplades-.
La parte medular de esta nueva etapa de mi vida, y sobre todo de mi carrera, será la constitución de la PAU (Periodistas Arrepentidos Unidos), noble institución que estará a cargo de sacarnos de la mala vida a los que en un acto de sincera contrición estemos dispuestos a admitir que sí, que la desigualdad y discriminación socioeconómica que sufren tantos en este país es nuestra culpa.
Y que sí, que todos los fenómenos de El Niño, el desastre de La Josefina y más recientemente la caída de cuatro de los siete Dhruv los ocasionamos los periodistas. Al igual que el bajón en el precio del petróleo; somos atroces. Por nuestra culpa, por nuestra culpa, por nuestra gran culpa; que el dios del buen vivir nos agarre confesados (literalmente).
Una de las actividades fundacionales de la PAU tendrá lugar en un cambio de guardia (aún sin fecha, pues todavía estoy afinando la coreografía): después de la entrada de los caballos pasaremos todos los miembros para postrarnos de hinojos -o sea de rodillas- ante Carondelet y pedir misericordia. Y si no es suficiente, en noviembre peregrinaremos hasta El Quinche; de hinojos, obviamente.
Otra idea piadosa de mi plan: institucionalizar la convivencia anual entre todas las organizaciones del mundo paralelo, o sea: la PAU, la Red de Maestros y Maestras por la Revolución Educativa, la Alianza Indígena por la Revolución Ciudadana, la Central Única de Trabajadores y todas cuantas estén por crearse…
Pero este renacimiento en la verdad no es gratuito; tengo un método infalible: a falta de cilicios (están descontinuados), escucho sin falta las sabatinas -incluidos los reprises, en todas las radios amigas, temerosas de dios-.
A veces, postrada de hinojos ante la imagen santísima que me habla desde la televisión, me pregunto por qué somos tan malos, tan bestias, tan salvajes, tan incapaces de refrenar el vicio de pensar. Y solo atino a repetir, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
(Esta columna, va dedicada a Bonil y a Roberto Aguilar, quienes me contagian su querencia por los vicios de reír y de pensar).