El clima de tensión y violencia que afectó a la ciudad de Ferguson, Misuri, en Estados Unidos, es una oportunidad para reflexionar sobre heridas sociales que tardan en cerrar.
Los problemas en Ferguson comenzaron cuando un joven afroamericano de 18 años, Michael Brown, fue asesinado por un policía blanco el 9 de agosto. Según testigos, el joven era inocente, estaba desarmado y fue baleado cuando intentaba entregarse. Para otros, los problemas empezaron antes. El hecho se da en un contexto de violencia policial contra los jóvenes negros y es algo que reflota en la sociedad de EE.UU. cada ciertos años. En este caso concreto, en Ferguson la Policía detiene y arresta a residentes negros en forma desproporcionada: el 92% de los arrestados y el 86% de los detenidos por cuestiones de tránsito son negros.
Las protestas comenzaron el día del asesinato y continuaron a lo largo de la semana. La respuesta policial, con un despliegue casi militar, enardeció aún más a los manifestantes. El segundo día, lo que parecía una manifestación pacífica derivó en disturbios y saqueos, a los que la Policía respondió con un equipo SWAT, helicópteros y gases lacrimógenos. Escenarios similares se repitieron diariamente, con nuevos destrozos, manifestantes arrojando piedras y botellas a la policía y fuerzas policiales utilizando explosivos, balas de goma y realizando arrestos.
Recién el 15 de agosto la Policía informó quién era el oficial que había disparado al joven. Esa noche hubo nuevos incidentes y saqueos, y aunque el Gobernador anunció toque de queda, el domingo volvieron los disturbios, con más arrestos y heridos. El lunes, el Gobernador movilizó las tropas de la Guardia Nacional para frenar la violencia. El toque de queda fue levantado y, si bien las manifestaciones fueron pacíficas, la Policía utilizó dispositivos acústicos que emiten sonidos dolorosos para dispersar a los manifestantes y hasta apuntó con rifles a periodistas presentes.
También, es posible ir más atrás aún y entender que este conflicto muestra una vez más la tensión racial latente en la sociedad de los Estados Unidos. La región fue uno de los escenarios clave en la batalla por los derechos civiles en las décadas del 50 y 60, y estos incidentes pusieron en evidencia que el tema racial sigue siendo un factor determinante para el Gobierno y las fuerzas policiales. La situación pone en evidencia que un hecho como el de Misuri puede reabrir heridas profundas.
En este sentido adquiere más importancia reflexionar sobre el papel de las fuerzas policiales, que no debe ser tan solo el de reprimir legítimamente actos ilegales sino ser parte de la construcción del espacio público de la democracia. La reacción desproporcionada de la policía y la militarización de las fuerzas policiales, las alejaron de su papel pacificador de los conflictos sociales.
Ferguson es un toque de atención para todas las sociedades con fracturas profundas: nunca hay que dar por finalmente saldadas estas cuestiones.
La Nación, Argentina, GDA