Columnista invitado
Entre los episodios de horror que el país vivió en los días pasados, hay un hecho que, aun para el observador menos perspicaz, revela dos cuestiones: la efectiva participación de ciertos actores, que estuvieron presentes en el origen, desarrollo y derivas de las manifestaciones; y las motivaciones, públicas algunas, otras secretas o no tanto, que alentaron la barbarie de esos días.
El hecho al que me refiero es el doble intento de penetrar en el edificio de la Contraloría. Producido el primero, inexplicablemente la fuerza pública no impidió el segundo (grave omisión que deberá ser aclarada); y finalmente se produjo la destrucción de archivos, muebles, vehículos y de la propia estructura del edificio.
Si lo que estaba en marcha era un golpe de estado (aunque se lo pretendía disimular recurriendo a la “muerte cruzada”, extraña figura incorporada al adefesio de Montecristi), la toma de la Contraloría parece, a primera vista, un movimiento errático, fuera de lugar. Las características de un golpe de estado se dirigen hacia los lugares donde se ejerce el poder, prioritariamente al palacio presidencial (por eso se entiende el traslado a Guayaquil de la sede del gobierno) o al recinto de una asamblea en la que se adoptan decisiones fundamentales, y hasta las dependencias públicas donde simbólicamente el poder aparece más evidente, o aborrecido. Si se quiere algún lugar equivalente a la prisión de la Bastilla.
¿Por qué entonces la Contraloría? Como se sabe, la función primordial de esta institución es el control del gasto público, tarea importante sin duda, pero ¿cómo relacionarla con un intento de un golpe de estado? A menos que…
La intuición, la percepción, la malicia de la gente encontró inmediatamente la respuesta, formulando a su vez una pregunta: ¿a quiénes podía interesar la desaparición de las investigaciones de la Contraloría y sus resultados, sobre los manejos económicos realizados en el ejercicio de una función pública? Es evidente que a los funcionarios del gobierno de la revolución ciudadana, que en virtud de tales investigaciones afrontan ahora varios juicios penales, que podrán ser más en el inmediato futuro.
Esta revelación a la que espontáneamente ha llegado la ciudadanía, sirve para completar el análisis y para descifrar algunos pormenores. Por eso es que al país no le queda la menor duda de que el correísmo estuvo detrás de las movilizaciones, no en un ciento por ciento, pero sí en un alto porcentaje; de que su rápida implementación fue posible porque el proyecto había sido preparado con anticipación por quienes, sin sus empleos, se han dedicado a la conspiración a tiempo completo; de que los infiltrados, de los que tanto se habló, provenían de sus filas o de las filas importadas desde Venezuela; de que los recursos también se originaban en las mismas fuentes inagotables. Y por si hubiera quedado alguna duda, ésta se desvanece cuando nos enteramos de la romería emprendida a la puerta de la Embajada de México.