Una hazaña deportiva

El glorioso abrazo, en el podio de Trieste, en el norte de Italia, con el imponente mar Adriático como marco de fondo, entre los ciclistas colombianos Nairo Quintana, campeón indiscutible del mítico Giro de Italia en el 2014, y su compatriota Rigoberto Urán, quien quedó de segundo en esta larga y dura competencia de 21 etapas y 3 445 kilómetros, además de emocionante, lleno de júbilo y de orgullo patrio, tiene muchos otros sentidos, deportivos, sociales y humanos.

Lo alcanzado por Quintana y sus compatriotas es una verdadera hazaña, que merece todo el reconocimiento y la gratitud del país entero. Aquí sí que se justifica oír de pies el a veces manoseado Himno Nacional. Porque se trata de una extraordinaria victoria, que marca la historia del deporte colombiano y clava nuestro tricolor para siempre en las gestas del ciclismo.
No solo es la primera vez que un hombre nacido en estas tierras gana el Giro de Italia en los 105 años de vida de la segunda carrera ciclística más importante del mundo, sino que no lo había hecho ningún pedalista latinoamericano. Más de un siglo y nadie de esta región podía romper la cuasihegemonía europea.


Se necesitó que llegara un humilde debutante, de solo 24 años, criado en el pequeño pueblo de Cómbita (Boyacá), que se impuso no solo a otros 197 pedalistas que arrancaron en competencia, entre los mejores del orbe, sino a una aparatosa caída y a severas afecciones de salud. Pero por encima de todo estaban su coraje, su raza y sus ilusiones. Eso, por sí solo, es un admirable ejemplo de superación. Aparte del que constituye la propia vida de quien ya había sido subcampeón del Tour de Francia. Por lo hecho, pisa duro para clasificar como el mejor deportista colombiano de todos los tiempos. Y se encamina al sitial de monstruos como Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Greg Lemond o Bernard Hinault.


Pero ahí no termina la proeza, pues es apenas la segunda vez que ciclistas de un mismo país, distinto de Italia, hacen el 1-2 (el anterior fue Suiza, en el ya lejano 1954). Y como si algo faltara, Nairo es el segundo pedalista que gana al tiempo dos codiciadas camisetas: la maglia rosa, del número uno, y la blanca, que lo acredita como el mejor entre los menores de 25 años. Aparte de que Urán, que también se vistió de rosa y ganó la contrarreloj más exigente, y de que Nairo se llevó la etapa reina, el también antioqueño Julián Arrendondo, ganador de otra, es el campeón de la montaña. El Giro habló español y con acento colombiano.


Es toda una gesta. Como lo dijo el mismo Nairo, es un sueño hecho realidad. Un sueño de esos que se dan cada siglo o se esfuman para siempre. Es uno de esos esquivos triunfos, que significan mucho para Colombia y alegran más cuando los alcanzan unos deportistas generalmente surgidos de la entraña popular, que, por ello, los colombianos los sienten más suyos. Son muchachos que, como tantos y tantos de estas sufridas tierras, han tenido que superar muchas dificultades.

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