Esta es una convicción recurrente que todos renovamos después de cada levantamiento, cuando ruge la ira y se conmueven las piedras. Otra forma de protesta sería necesaria, una mayor capacidad de diálogo, pacífico y a tiempo, antes de que el conflicto se nos escape de las manos.
Lo que está en juego y queda siempre en evidencia es la fragilidad del sistema democrático, una decepción corregida y aumentada. Pasan los años y el sentimiento de vivir secuestrados por la violencia crece en una sociedad cansada y abatida. ¿Tomará cuerpo la idea de que lo único que puede salvarnos es un régimen autoritario? Dios no lo quiera. Hoy es patente el desafecto de muchos ciudadanos hacia nuestro sistema político. Piensan que ni resuelve nuestros problemas reales ni es capaz de integrar la realidad plural de nuestros pueblos.
Comprendo que no es fácil y doy gracias a Dios por ser clérigo en mi Iglesia y no político en mi patria, pero hay cosas que chirrían tanto que avanzar democráticamente se vuelve casi imposible: ¿Es posible que el ejecutivo dé un paso adelante con el permanente bloqueo del legislativo? ¿Es tolerable que la Asamblea sea una auténtica jaula degrillos en función de los intereses de partido y no del bien común? ¿Será posible ejercer la justicia cuando los nombramientos de jueces dependen de la troncha partidista más de que la capacidad e independencia de los candidatos? ¿Será posible que todavía los fondos públicos estén estigmatizados por la corrupción y el despilfarro?
Y algo más: ¿Será compatible la democracia con la inequidad y la pobreza que el pueblo humilde (indígena o no) sufre? La pobreza es mala compañera. Y, si no, que lo digan los ricos cuando se empobrecen y tienen que contar los centavitos. Hasta los matrimonios, que pusieron a Dios por testigo y juraron amarse en la riqueza y en la pobreza, se volverán amnésicos.
Habrá que evitar la crispación, pero la democracia necesita algo más que apagar los fuegos: necesita evitar el actual enfrentamiento entre los poderes del Estado, arrinconar la pobreza y buscar de una vez el bien de todos.