Dos modelos, una región, es el sugerente tópico que abordaron con extraordinaria lucidez y profundidad los ex presidentes latinoamericanos, Osvaldo Hurtado, Carlos Mesa y Ernesto Samper. Desde sus distintas visiones y concepciones ideológicas, los ex mandatarios condenaron el modelo neopopulista que actualmente desgarra a varias naciones de América Latina y diseccionaron sus elementos autoritarios, mesiánicos, y antidemocráticos. Todos coincidieron en que el cordón nutricio del modelo son los altos precios de las materias primas y pusieron énfasis en sus dramáticos costos sociales.
Debemos estar muy claros en algo: los regímenes neopopulistas de Venezuela, Ecuador y Bolivia no están dispuestos a devolver el poder. Basta recordar que estas utopías revolucionarias sueñan con implantar sistemas que fracturen la historia de manera definitiva y se empeñan en construir sociedades que nunca llegan. Tengamos presente, también, que la lógica totalitaria de estos gobiernos desata atropellos y abusos que podrían ser juzgados y castigados más tarde. Permanecer en el poder se convierte, entonces, en un asunto de supervivencia personal.
Uno de los falsos mitos del socialismo del siglo XXI es la existencia de un nuevo proyecto socialista. Los hechos demuestran que el “proceso revolucionario” se confunde con la figura del caudillo gobernante. El fenómeno se inscribe claramente en la tradición de los caudillos revolucionarios que plagan la historia de América y no en el Socialismo. Carlos Mesa demostró la equivalencia absoluta entre caudillo, instituciones y proceso revolucionario. Esta sola idea, dijo, es castradora y un envilecimiento espiritual, ideológico y político. Por ello, nada más inútil que las interminables elaboraciones teóricas de los “Flacso Boys” para crear el mito de la revolución ciudadana como un proceso político que trasciende al caudillo.
Osvaldo Hurtado, describió la nueva lógica de los golpes de Estado. No provienen, como antaño, de los militares; provienen de los presidentes civiles que utilizan mecanismos disfrazados para capturar las instituciones democráticas y perpetuarse en el poder. La Carta Democrática Interamericana, suscrita por el Ecuador, define las condiciones indispensables para que exista una democracia; a saber: el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas ; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de poderes. El régimen de Alianza País cumple con una sola de estas condiciones: haber llegado al poder de forma constitucional.
De todo lo anterior surge una pregunta: ¿Hay democracia en el Ecuador?