Hablar ocho años sobre el mismo personaje es demasiado para cualquier mortal. Sea quien sea: una cantante de rock, un científico que cura el sida o el goleador de la Tricolor. No se diga un político.
Por esta razón, no escucho ni de casualidad una sabatina y escapo como gato escaldado de cualquier cadena nacional o propaganda oficial donde se repite hasta el agotamiento el esquema maniqueo de buenos y malos, de ricos y pobres, como si la realidad fuera tan simple y nosotros tan infantiles que solo un superhéroe puede salvarnos de la conspiración de la derecha, los medios de comunicación y la CIA.
Hay historias mas creíbles y mucho mejor contadas en el verdadero cine. No en vano fue este el arte decisivo del siglo XX, el que nos enseñó desde niños a ver el mundo a su manera, a amar y sufrir y luchar por la vida según sus cánones.
Superficiales y emotivos como éramos (y parece que seguimos siendo) nos dejábamos llevar por el rostro y las peripecias de los protagonistas, dentro y fuera de la pantalla, de modo que hablar de cine era comentar sobre los polvos y las desdichas de las estrellas de Hollywood, como si chismeáramos sobre los deslices de una vecina del barrio.
Pero también, y sobre todo, nos contábamos los argumentos de las películas. Desde entonces soy un gran admirador de los guiones y cuando empecé a estudiar cómo se los escribe, toda la técnica que hay detrás, cómo se crea un personaje y se va armando un historia, descubrí cuán profunda puede ser una película de 90 minutos, y cuán útil es ese enfoque analítico cuando lo aplicamos a las diversas actividades de la vida, lo que incluye por supuesto el show de la política.
Hoy acabo de leer ‘Story’, el tratado sobre guión del estadounidense Robert McKee, que refiriéndose a su país dice: “¿Quién puede escuchar sin cinismo a economistas, sociólogos y políticos? Para muchos, la religión se ha convertido en un ritual vacío que vela la hipocresía. En la medida en que disminuye nuestra fe en las ideologías tradicionales, volvemos hacia la fuente en la que todavía creemos: el arte de contar historias”. Y una película no es otra cosa que una historia contada con imágenes.
El libro está lleno de sabiduría cinematográfica. Por ejemplo, un célebre guionista confiesa que, para crear un personaje, más importante que saber qué busca y qué dice que busca (que no es lo mismo) es preguntarse a qué le tiene miedo.
Otro punto clave es que para no ser plano y sin enigmas, al igual que en la vida todo personaje debe llevar dentro una fuerza antagónica que entorpezca el logro de su objetivo. Eso me recuerda lo que decía Borges hacia 1942: que en la soledad central de su yo, Hitler anhelaba perder.
No solo el cine y la política están plagados de personajes autodestructivos: también el fútbol. Ahí tenemos a Maradona. O al ‘Rey’ Arturo Vidal, que también da rienda suelta a sus demonios. Lo grave es que Chile entero acolita sus perradas.
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