No hay mayor peligro para la convivencia democrática que el silencio, la autocensura y el marasmo de la sociedad civil. La acción de un Estado poderoso, pro activo, planificador, rico y generoso no es suficiente para crear el bien común y el buen vivir. El Estado que copa todos los espacios, se convierte en el único actor en el escenario público, asfixia a los ciudadanos a los que debe servir. Ese Estado termina hablando consigo mismo frente al espejo. Se autoalaba y justifica. Su destino es la esquizofrenia, la depresión y, eventualmente, la violencia y el suicidio.
Un pueblo no es más sano solo por la acción de un Estado que oferta más hospitales, vacunas y medicinas. Un pueblo es sano también si sobre todo la gente cuida y protege su salud todos los días. Una ciudad es más limpia no solo por la intervención oportuna de los servicios de recolección de basura del Municipio, sino también por la participación consciente de las personas no arrojando basura a la calle, no evacuando sus excretas en las esquinas y barriendo el frente de su casa. Un estudiante aprende más no solo por la pedagogía de una buena escuela, sino también por su esfuerzo y por la ayuda de su familia que acompaña sus aprendizajes.
Un pueblo autómata, dogmático y estúpido es una carga cada vez más pesada para un Estado que tiene recursos limitados. La democracia y la economía funcionan con excelencia con un Estado ágil, inteligente y democrático que brinda condiciones para el desarrollo de una sociedad de ciudadanos despiertos que ejercen en libertad sus derechos y responsabilidades. Estado y sociedad con roles diferenciados y complementarios y con relaciones respetuosas y equilibradas generan paz, trabajo, creatividad y vida.
En el Ecuador de los últimos años se ha roto el equilibrio. La urgencia por cumplir la agenda y las metas relegaron a segundo o tercer planos la participación de la gente en las políticas públicas. El Estado peligrosamente se vuelve cada vez más grande, autorreferenciado y locuaz. La sociedad civil no alineada al Gobierno es más miedosa, silente, atomizada y débil. La organización social alineada es una enorme clientela dependiente de los favores estatales, poco crítica, programada para aplaudir.
Un proyecto transformador para ser sostenible tiene que ser democrático y participativo. Las revoluciones desde arriba funcionan mientras duran sus líderes en el poder. Idos ellos, sus reformas se caen. Los cambios que nacen con la intervención de la gente son más lentos en su gestación, pero se quedarán por mucho tiempo, más allá de los líderes. La gente defiende lo que sabe y siente que construyó con sus manos.
Uno de los retos del nuevo periodo presidencial es entender, respetar y promover la participación. Lo contrario significa hablar con el espejo.