Expertos internacionales habían insistido en los últimos meses que hay “pocas cosas que interesan a la política exterior estadounidense aparte de Irán”. Para el Departamento de Estado, el programa nuclear iraní se ha vuelto una espada de Damocles sobre casi todo: la débil recuperación financiera, el precio del petróleo, la seguridad global, el polvorín de Medio Oriente con Israel en el centro del problema, y hasta para sus relaciones con América Latina. La vieja idea de la administración Bush de dejar que potencias regionales menores como México y Brasil se hagan cargo de América Latina se quedaba en el pasado, porque la guerra narco en México le había puesto en una precaria situación de “estado fallido” a los ojos de Washington y ahora, Brasilia estaba ejerciendo plenamente su rol de jugador global hablando directamente con Irán y apoyando su programa, pero con fines pacíficos. En medio de este descalabro en versión de dominó, Hillary Clinton se da cuenta de que no puede, ni debe seguir trabajando como llanero solitario, porque de seguir así, muy pronto habría incendios en su propio patio y no se daría cuenta.
Este es el contexto global de la visita de Clinton a América Latina. Un escenario en el cual es ya imposible confiar solamente en ejercer control por delegación, un escenario donde hay nuevos jugadores regionales que son importantes: Unasur y el Caricom y otros que aún desvanecidos subsisten como la OEA. Y, sobre todo, que necesita ser tomada en cuenta por ellos y no precisamente lo contrario. Primero, porque la defensa del continente y su seguridad interna van a depender cada vez más de mecanismos de alerta tempranos y de medidas de confianza entre socios comunes, similares y cercanos. Eso ya está pasando con la Unasur y en el Caricom con políticas comunes de lucha contra el narcotráfico y las bandas delincuenciales. Segundo, porque el debate político en la región es cada vez más autónomo y, tercero porque Estados Unidos se ha alejado tanto que ya solo puede volver para debatir con iguales, como bien lo dijo Barack Obama en la Cumbre de Trinidad y Tobago.
Así que la visita de Hillary Clinton a Perú, Ecuador, Colombia y Barbados fue refrescante en un sentido: vino dispuesta a hablar con iguales y en igualdad de condiciones. A Ecuador vino a hablar de justicia social, tal vez con el único fin de empatar sus preocupaciones con las del presidente Correa. Pero también vino a hablar con el presidente de Unasur, porque sabe que este proyecto regional puede tensar las cuerdas o alivianar posiciones de cara a su política con Irán, a la nueva ley de migración, o al comercio y las inversiones. Rafael Correa fue un buen interlocutor para sus preocupaciones. La visita de Hillary fue una excelente demostración de que la mejor política entre los que piensan distinto es el diálogo y nadie es muy grande o demasiado pequeño para emprenderlo.