Nicolás Maduro perci bió que un pajarito le hablaba. En un primer momento pensó que era el pájaro chogüí, una criatura usualmente amistosa y parlanchina, pero, como es una persona sagaz, entrenada por los cubanos en diferentes tipos de trinos, rápidamente comprendió que era Hugo Chávez.
Maduro, un señor educado, sensible y espiritual, discípulo de Sai Baba, le respondió al pajarito. Maduro domina la onomatopeya como nadie. Puede imitar los sonidos de las aves, de los burros, incluso de las personas. En todo caso, fue un sonoro y profundo intercambio de silbidos cargado de emotividad.
Nicolás es bonachón y conversador. El pájaro también. Era locuaz, como Chávez. Si Chávez reencarna en un pájaro, no va a hacerlo en un ave parca y circunspecta, sino en una criatura capaz de trinar durante horas.
A mí no me sorprende que Nicolás Maduro hable con los pajaritos. Me enternece. No es el primer caso que conozco. Cerca de mi casa madrileña, en la Plaza de Santa Ana, había un tipo que hablaba con las palomas. Le llamaban “Pepe el Palomero”.
Pepe les arrojaba pedacitos de pan a las palomas y, mientras lo rodeaban, les soltaba unos largos discursos sobre la monarquía. Las palomas no se iban en tanto durara la ración de pan. (Parece que eran palomas chavistas o, al menos, corrompidas por una variedad elemental del neopopulismo).
A veces, cuando Pepe el Palomero hablaba con las palomas, yo trataba de mediar en la conversación. Pepe afirmaba que había sido amigo de Alfonso XIII, lo cual era improbable porque D. Alfonso se había largado de España en 1931, antes de su nacimiento. (El nacimiento de Pepe, no el de Alfonso).
Cuando le hice esa objeción, Pepe el Palomero me respondió con una lógica aplastante: “los que hablamos con los pájaros somos capaces de cualquier prodigio”. Entonces, bajó la voz, miró en varias direcciones, y me hizo una conmovedora confesión que nunca olvidaré: “yo soy una paloma que ha encarnado en un hombre”. (O sea, igual que le ocurrió a Chávez, pero al revés).
Este interesante fenómeno de la transmutación de hombres y aves no duró excesivamente.
Una tarde de invierno, Pepe el Palomero desapareció.
Se lo llevó una ambulancia. Uno de los enfermeros, mientras le ponía un camisón blanco, largo y enguatado para que no se hiciera daño, le dijo que él también era una paloma disfrazada de enfermero.
Y que lo llevaban a un bello palomar donde podría conversar con criaturas semejantes a él.
Pepe parecía feliz. Se despidió de mí saludando como un político en medio de una campaña electoral. El enfermero-paloma, situado a sus espaldas, donde Pepe no podía verlo, hacía círculos con su dedo índice sobre la sien, con más melancolía que burla .
Hasta silabeó una palabra sin llegar a pronunciarla. Creo que dijo: es-qui-zo-fre-nia. No lo entendí bien.