Es día de Quito, un día de vacación simplemente, que va perdiendo para muchos el patriotero espíritu de celebración. Quienes la inventaron a principios del siglo XX –hombres blancos y poderosos- olvidaron con seguridad de que la ciudad tenía otros ocupantes: mujeres, negros, campesinos, indígenas. Con ello se fue consolidando un imaginario de exclusión; el otro era eso, un otro que habitaba Quito o cualquier otra ciudad latinoamericana, sin ser tomado en cuenta y al que se le imputaba apelativos racistas o sexistas.
El negro o negra era -y aún sigue siendo- ladrón o prostituta, y, de refilón como para aliviar la conciencia cristiana, buen futbolista o boxeador. Así de simple; más allá del color de la piel éramos (¿somos?) incapaces de considerar su humanidad en el sentido más profundo de la palabra. De imaginarlos en el campo del Chota o del Chocó en Colombia con sus vidas tan propias y ricas.
Un alto a estas formas aberrantes de pensamiento lo plantean los curadores de una exposición conmovedora en Bogotá: “Habitación compartida” (Museo de Arte Miguel Urrutia, Biblioteca Luis Ángel Arango) en la que al emparentar obras de diferentes períodos en “habitaciones” distintas pero conectadas entre si, ponen en tensión los ayeres y los presentes. Una especie de revisionismo sobre aspectos que deben seguir siendo cuestionados. A propósito de lo anterior, me detengo en la Habitación 206, una gran pantalla que muestra los ensayos de un grupo de percusión: negros tocando el agua con las palmas de la mano en el río Atrato en el Chocó, sumergidos en el agua hasta la cintura. Recuperan –bajo la batuta de Marcos Ávila Forero- un ritual milenario del Congo. El gesto trae a la memoria los sonidos de los disparos a la que la población negra se fue acostumbrando –allá y acá- en la medida que entraban blancos a dominar sus territorios (acá y allá). En esta misma habitación dialogan el orden cosmogónico del pueblo indígena embera katio del Alto Sinú, víctimas del desplazamiento forzado por la construcción de la represa Urrá en sus territorios, a través de una obra del Colectivo Aguafuerte, una pieza compuesta por jaulas de montería llenas de objetos de su vida cotidiana. Y por último un grupo de acuarelas del científico francés Roulin de la famosa expedición del siglo XIX, la Comisión Corográfica, y del británico Walhouse Mark. Estos espacios compartidos por arte y magia de la museología no hacen sino poner delante de nuestras narices las fracturas aún presentes en nuestras débiles sociedades híbridas que no han sabido aceptarse como tales y que aún siguen actuando bajo las premisas de la colonialidad.
Entonces ¿qué mismo celebramos en nuestras fechas patrias? ¿No será de tomar conciencia de ello y poner un alto a la simple y vacía tradición?