Los dilemas para los hacedores de política económica son grandes escollos que deben superarse. Es un “arte” aplicar políticas públicas con recursos escasos y conciliar intereses, efectos y restricciones. El funcionario que administra las finanzas públicas es una especie de equilibrista de distintos poderes, presiones e intereses. Si no están bien cimentadas sus ideas y conceptos, puede caer en la tentación de vivir con Dios y con el Diablo, lo que puede terminar en una gestión mediocre y sin resultados.
Si el déficit fiscal es del 7% del PIB, equivalente a aproximadamente USD 7 000 millones y hay deflación o caída sostenida de precios por una baja demanda, en el papel podría bajarse ese déficit al 3% aumentando el IVA del 12% al 20% que linealmente brindaría el equivalente a 4% del PIB en ingresos adicionales. Pero, ¿es ésta una decisión correcta? La respuesta es no, por al menos un par de razones. Una es política, pues un aumento del IVA de 8 puntos porcentuales que pagaría el consumidor generaría una reacción política fuertemente adversa que le complicaría el apoyo político que requiere el gobierno. La segunda es económica, pues en deflación y bajo crecimiento económico, un aumento al IVA puede resultar aún más recesivo, pues se encarece el consumo y la demanda puede caer aún más. Así mismo, más impuestos encarecen el ya elevado costo de producción frenando la reactivación interna y la capacidad de competitividad de las exportaciones.
Por estas razones, elevar el IVA no es una solución viable. Aumentarlo en menor proporción tampoco, pues los beneficios de recaudación adicional serían muy inferiores al costo que ello conllevaría para el consumidor y el efecto nocivo para la producción nacional y para la demanda interna y externa. Por todo esto, no sería una medida adecuada y el problema seguiría, pues no alcanzaría la plata del presupuesto para tanto gasto.
El ejemplo anterior nos mostraría que la mejor alternativa sería reducir el gasto, decisión que sin duda tendría costos pero probablemente menores a subir impuestos. Sin embargo, ¿cuánto recorto el gasto y en qué forma para no ahondar más la recesión? Un recorte abrupto también restringiría la actividad económica. Si el tema es eliminar algunos subsidios la pregunta es: ¿cuáles subsidios y en qué proporción que económicamente justifique su eliminación o reducción pero que políticamente no complique en demasía el escenario? Si el déficit fiscal es grande, como de hecho lo es, más difícil será adoptar decisiones con costos bajos. Así mismo, si no se hace nada hoy por evitar costos o respaldos políticos, mañana el problema será peor y al arreglo será mucho más doloroso. En resumen, hay que corregir el problema con bastante equilibrio entre lo económico y lo político. No existen magos en economía, pero sin duda hay unos mejores que otros.
Columnista invitado