Es fácil imaginar una guerra mundial con los conflictos en Oriente Medio. Por ahora hay ciertos frenos, como el peso de las instituciones internacionales, o que varias potencias no están aún sobre la misma posición o la promesa no militarista de Barack Obama. Pero lo que pasa en el campo de batalla y en la diplomacia sobre los conflictos en Siria lo hacen un polvorín.
La escalada militar rusa modifica el tablero militar y diplomático, pone en jaque a Estados Unidos y Europa. Rusia avanza en su lógica de ser potencia de primera línea y construir un gran imperio a toda costa. Considerando que EE.UU. y Europa tienen reticencias a entrar en guerra con sus soldados, Rusia juega con fuego pero el conflicto puede incrementarse.
Desde hace un tiempo no para. Hace sus avances (Crimea, Georgia, Ucrania, Siria) recuperando los territorios de la ex-Unión soviética y avanzando a su búsqueda de salida a las aguas de los mares que dan a Oriente Medio y a Europa mediterránea.
Rusia desde los 70 tiene bases militares en Siria, que le permiten ser un elemento disuasivo para Europa y de peso diplomático en Oriente Medio. Con su intervención militar en Siria, se ha impuesto a todos. No bombardeó al Estado Islámico sino a los oponentes de Al Assad. El Presidente sirio fue salvado por la intervención rusa; Al Assad ya no controlaba sino el 15% del territorio. Su gobierno es de una minoría guerrera y militarista, ahora económicamente potente que desde hace años ha causado cientos de miles de muertes y millones de refugiados.
Ahora Rusia es ya la fuerza decidora en Siria. EE.UU. y Europa, esta con reparos, reconocen que deben negociar con Al Assad, cuando buscaban que abandone el poder.
Rusia ahora tiene en sus manos a Al Assad. Dice que este debe negociar con todas las partes, lo que antes era impensable. Al Assad se salva pero depende de Rusia, que conserva sus bases militares y adquiere mayor poder en la zona. Jaque y mate. Rusia no promueve ningún proyecto mundial o social alguno, simplemente construye su potencia.
América Latina no debe ser simple observadora, debería crear su propia política exterior. La izquierda debe para ello abandonar su esquema de Guerra Fría ya desaparecida o la antiimperialista del XIX o del XX, que no calza en el mundo multipolar del XXI.
Se requiere una política exterior independiente de las potencias dominantes, para que América del Sur tenga un peso con una palabra de respeto y credibilidad, más no ser cola de apoyo a alguna de las potencias actuales. Como lo es con China o Rusia pretendiendo así reducir el peso de EE.UU., cuando eso se hace por otros procesos. América del Sur pesa poco en la economía mundial, pero si logra construir una palabra independiente podrá incidir de otro modo en las decisiones mundiales y ser actor internacional para al menos dar a conocer otra visión al mundo.
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