La marcha por la dignidad, el agua y más derechos de la madre naturaleza fue, en grandes rasgos, una repetición de los resultados de la consulta popular en las regiones que anida el callejón interandino. Es difícil saber quién tuvo más manifestantes; o la marcha de la protesta autóctona y opositora que llegó caminando, o la gubernamental que se trasladó en buses. Lo que sí es cierto fue el grado de adhesión en los diferentes lugares por los que pasaban los de a pie y que no pudo ser ocultada en las periferias de Quito. Por tanto, si en estos días se repitiera la consulta popular el resultado sería igual: triunfo en la Sierra y el Oriente del No y la balanza inclinada por un Guayaquil en sentido contrario a sus gestas e improntas históricas.
Quito, deprimido por una triste orfandad política, espera la decisión del peyorativamente denominado ‘Puerto Principal’, sin percatarse que por los lares del Guayas, como en el clásico cuento de Gulliver -donde se relata una guerra que se libró por discrepar en cómo debía partirse un huevo- solo se discute acaloradamente dónde debe ubicarse el monumento a un Alcalde histórico y cuestionado Presidente del ayer. Pero no solo eso, sino que su líder máximo decidió desempolvar al bien enterrado PSC, recurriendo incluso a viejos y no añorados personajes o, a una Junta de ciudadanos que debieran aprovechar el telón del olvido o el descanso en un establecimiento de terapia mental, antes que atribuirse el emblema ético de una ciudad histórica para el Ecuador y América.
Guayaquil a diferencia del pasado no pondrá directamente mandatarios como lo hizo con Velasco Ibarra y otros o los depondrá como el 28 de mayo de 1944 o cuando derrocó en 1961, víctimas estudiantiles de por medio, al más oscuro y corto de los velasquismos. Tampoco es la comunidad de cuya cuna emergieron preclaros ciudadanos para encargarse del poder de una República en crisis como Carlos Julio Arosemena Tola o Clemente Yerovi Indaburu. Hoy, tristemente, es una sociedad política desesperada, pues sabe que si no hay reelección del alcalde, el sillón de Olmedo arriará las banderas de la libertad y autonomía para ser sustituidas por los pendones de una revolución que se eclipsó en las alturas y tratará de blindarse en zonas políticas proclives a las generosidades y perversiones del populismo.
En estas condiciones la más populosa ciudad del Ecuador volverá a ser actora, pero en repartos secundarios de la vida política nacional. Es probable que después de las elecciones del próximo año, nuevas entidades nacidas de la academia y la producción -las actuales se extinguieron por desidia- aprendan las lecciones del trauma que se avecina y logren restaurar la ubicación que Guayaquil siempre tuvo en la historia; por eso, ojalá que la profecía de Gustavo Adolfo Becker “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar…” sea muy pasajera en la Ciudad de Octubre.