Guayaquil ahora es otra ciudad
Guayaquil treinta años después de visitarla, ya no es lo que era. Los dos últimos alcaldes han convertido a la avenida 9 de Octubre en el eficiente acceso a una enorme y agradable ventana al río que es el Malecón.
Santa Ana es un atractivo decorado urbano. Las Peñas hacen honor a la arquitectura de madera que caracterizaba a la ciudad antes del gran incendio. Desgracia que a la vez, marcó el surgimiento de una nueva arquitectura hecha de hormigón, con un lenguaje formal europeo, allá decadente pero aquí, distinto, moderno, gracias a la iniciativa de numerosos comerciantes cuya fotografía se expone en el Museo organizado en la casa de Ismael Pérez Pazmiño fundador de El Universo, que dejó el recuerdo de sus viajes materializado en su hogar.
La plaza de la Administración ha dignificado un espacio urbano importante incorporando usos culturales y de paseo.
En el Museo Municipal una de las guías, por su cuenta, ha aprendido más de lo que el guión dice.
La gestión urbana no está huérfana de ideología; sea cual sea, la eficacia es imprescindible. Eso es lo que se aprecia en este gran puerto.
Los habitantes de la periferia que viven en duras condiciones, al menos tienen la posibilidad de ir con su familia al Malecón: variado equipamiento, wifi gratis, biblioteca pública (descuidada), un museo de Arqueología y Galería de Arte. Junto a ello, el Museo de la Historia de Guayaquil montado con pedagógicos textos y hologramas que bien podrían ser ejemplo a imitar en otras ciudades.
Finalmente, un frecuentado museo de la Música (Julio Jaramillo) que merecería ser ampliado.
Sin duda, Guayaquil ha dejado de tener una importante dimensión nacional. Ahora tiene carácter internacional pero aún debe superar algunas deficiencias: imponer el uso del taxímetro, establecer oficinas de información turística donde se proporcionen planos y folletos. Un parque con la exuberante y hermosa flora tropical endémica, hace falta.
Conviene que el Ministerio de Cultura tome urgentes iniciativas porque el edificio de la CCE y sus contenidos se hallan en total descalabro. Los ascensores que llevan al Museo en la sexta planta, no funcionan. Solamente está atendido por el conserje que hace también de electricista. La Directora está enferma. Y lo más denigrante es que en el descanso de la escalera están amontonados sin orden, gran cantidad de cartones con restos de excavaciones arqueológicas y petroglifos de considerable importancia.
Por lo visto, la aquí llamada “regeneración urbana”, no cumplirá sus objetivos sin la “regeneración humana”. No hay ciudades sucias o descuidadas sino habitantes que lo son. Y La ciudad es de ellos.