Hace poco, el Ecuador conoció que el Municipio de Guaranda había resuelto homenajear a Kim Jong Un, líder supremo de Corea del Norte, declarándolo “ciudadano honoris causa”, por su “contribución a la paz mundial”. El Alcalde Ramses Torres negó que tal decisión hubiese sido formalmente tomada y aclaró que el homenaje sería extensivo al Presidente Trump.
Este hecho no pasa de ser una demostración de desconocimiento sobre el atrabiliario líder norcoreano, cuyas crueldades y violaciones sistemáticas de los derechos humanos, así como sus chantajes en relación con el uso del poder nuclear, le tienen ganado un sitio prominente en la historia de la tiranía.
Va en contra del espíritu democrático de nuestro pueblo el error cometido y sorprende la “ingenuidad” de quienes aprobaron el homenaje sin ver la distancia que existe entre ejercer el derecho a elegir libremente una ideología política y, por otro lado, negarse a reconocer el drama causado por quienes pretenden imponerla a su pueblo. El Alcalde Torres puede sentir como propias la “idea suche” o la “idea luz” de la tiranía norcoreana, pero no atribuir tal sentimiento a Guaranda.
Lo mismo cabe decir al mirar a Venezuela, estremecida por el sufrimiento de masas humanas que no atinan a liberarse de la ignara tiranía que les oprime. Quienes ven en el socialismo del siglo XXI la panacea para todos los males tienen derecho a defender sus ideas, pero no pueden cerrar sus inmisericordes ojos ante la tragedia humanitaria de los migrantes. Ayudar a estos es un deber insoslayable pero insuficiente. Hay que identificar a la causa de la tragedia. Tiene un nombre: ¡Maduro!
Merece aplausos la decisión de la Cancillería de retirar al Ecuador de la inoperante ALBA con un argumento que, además, implica una severa crítica al gobernante venezolano. Es correcta también la convocatoria a una reunión internacional para mediados de septiembre. La OEA y la ONU deben actuar.
Los temas de política internacional son delicados. Están a cargo del Presidente y la Cancillería, como lo establece la Constitución. Al comenzar la Primera Guerra Mundial, el Congreso de un país sudamericano recomendó al Jefe de Estado romper relaciones con Alemania. El Presidente reconoció la autoridad moral del Parlamento pero, defendiendo su competencia en la materia, renunció a la presidencia. El Congreso retiró su recomendación y el Presidente su renuncia.
¿Podrá el gobierno ecuatoriano, por razones de prudencia y seriedad, recordar que corresponde exclusivamente a la Cancillería pronunciarse sobre temas de política internacional? Muchos errores se evitarían si las demás autoridades consultaran y coordinaran con ella sus iniciativas en este ámbito. ¡Y la Cancillería está demostrando su capacidad para hacer bien las cosas!