Hay números que dejan huellas. Se repiten y repiten como si tuvieran algún imán que los acompañara. Ya no es novedad la ubicación del país en el informe mundial de competitividad. Se acostumbró a tener una posición de mediocre a mala. Pierde oportunidades sin sentir remordimiento ni afán de enmienda. Oscila entre el puesto 100 al 105 formando parte del tercio inferior de países con baja disposición para crear bienestar a sus ciudadanos. Parece que eso no importa. Incluso no faltan las voces que desautorizan la encuesta, aunque ella cuenta con un respaldo técnico internacional de primera línea.
Una sociedad que no cuida su competitividad no tiene futuro. Ese es el resumen del mensaje que trae consigo esta encuesta que analiza a 139 países. Ahí se ve cómo aquellos que preservan sus instituciones invierten con criterio en infraestructura, educan con esmero a sus jóvenes, ofrecen buenos sistemas de salud, respetan la ley y aseguran los derechos de las personas, priorizan la innovación, atraen la inversión, promueven la competencia, cuidan el gasto público y capacitan a su mano de obra, son los que tienen mejores resultados y reflejan condiciones de vida superiores. No es cuestión de tamaño, sino de calidad. No es tema de gastar más, sino de saber hacerlo. Suiza, Singapur, Finlandia, Uruguay, Chile son buenos ejemplos. Y ninguno de ellos abusa de la democracia, descuida la educación, utiliza la justicia o dilapida los fondos públicos
Los países que tienen poblaciones con educación básica tienen economías primarias, elementales. No pueden mejorar porque no tienen con quién hacerlo. Están condenados a vivir en pobreza. Aquellos que invierten con responsabilidad en capital humano son más productivos, manejan con inteligencia la creatividad y están a la vanguardia. Igualmente, aquellos que destruyen los cimientos jurídicos y los ponen a disposición de las conveniencias políticas no tienen cabida entre las sociedades que liderarán el mundo del futuro.
Sin seguridad jurídica, con irrespeto a la propiedad, manteniendo un ambiente político caldeado y bamboleante, no hay semilla que deje huella económica con energía, vitalidad y certeza para etapas de mejor bienestar. Eso se ve con claridad en este nuevo informe que avisa por dónde estará ubicado el poder mundial del futuro. Hacia dónde se dirige el planeta y quiénes van a ser sus conductores.
No hay por dónde perderse. El Ecuador, si quiere resolver sus problemas, que son muchos, debe empezar por reconocer que por donde transita no hay una meta deseada. La política debe entender que está subordinada al orden jurídico y que el respeto a las instituciones es la columna vertebral de cualquier sociedad que quiera dejar de ser mediocre y busque trascender.