El hecho de desaparecer los subsidios a los combustibles es una reforma profunda. Pero el ruido de estos últimos días ha impedido resaltar otro cambio importante, la salida de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP.
Los subsidios a los combustibles son dañinos y no sólo económicamente. Entre los problemas que causan están su alto costo (unos USD 2.000 millones anuales), el incentivo que generan para contaminar el ambiente (subsidiar a los que producen CO2), la injusticia en su distribución (le benefician más mientras mayor sea el cilindraje de su auto) y la locura de apoyar a los contrabandistas que se los llevan a Perú y Colombia.
Haber cambiado eso es un gran paso para el país que, en números redondos, se ha consumido unos USD 20.000 millones en subsidios a los combustibles en los últimos 15 años. Además, esto abre la posibilidad de importar combustibles de cualquier parte del mundo y hasta de tener una refinería eficiente (o cerrar la actual si resulta ineficiente).
En resumen, una medida adecuada que también molestó a muchos ciudadanos, pero que le abre al Ecuador la puerta hacia una etapa distinta, en la que se puede empezar a priorizar la producción y no la distribución de una riqueza estática.
Pero las protestas de los últimos días han opacado la importancia de nuestra salida de la OPEP, otra buena decisión porque estar en esa organización no le aportaba en nada al país y, es más, nos costaba dinero y nos imponía límites en la producción.
La lógica de la OPEP es limitar la producción de petróleo para así mantener el precio alto. Que Arabia Saudita limite su producción puede sonar coherente (para los sauditas). Pero nadie en su sano juicio puede creer que un productor marginal como nosotros pueda tener un efecto en el precio del barril.
El Ecuador es uno de los menores socios de la OPEP (en producción) y nuestra influencia en la organización es proporcional a nuestra participación en la producción total (1,5%). Por lo tanto, no tenía ningún sentido estar ahí, excepto para satisfacer el ego de algún político local que crea que por estar en la OPEP estamos haciendo un contrapeso a las “grandes potencias imperialistas”, o algo parecido.
La primera salida del Ecuador de la OPEP en 1992 ya fue una decisión correcta porque nos liberaba de pagar membresías y porque quitaba cualquier limitación a nuestra producción. El error fue volver, en 2007 con Galo Chiriboga en el Ministerio de Energía y Rafael Correa en la Presidencia, cuando por un tema casi exclusivamente ideológico, se solicitó el reingreso a una institución cuya membresía nos costó más de un millón de dólares cada año y unos cinco millones de cuotas atrasadas.
Ojalá el próximo presidente populista no nos vuelva a meter en la OPEP.