El Ecuador sería mucho mejor si tomaríamos de vez en cuando el tiempo no solo para denostar a los que mantienen al país de crisis en crisis, sino para reconocer la trascendencia y los aportes de personas que han hecho mejor al país. En la mayoría de los casos esas personas son grandes, precisamente porque sin detentar poder han creado legados institucionales para el país, han luchado en momentos de crisis o, mejor aún, han tratado con todas sus fuerzas de unir esfuerzos y voluntades en un país profundamente dividido por razones ideológicas, regionales o clasistas.
Este es precisamente el caso de Ricardo Estrada. Y estas líneas no las escribo como una amiga personal suya (aunque me hubiera gustado serlo) sino después de dedicar varios años de una tesis doctoral sobre el proceso de políticas industriales en el Ecuador donde –desde 1996- su nombre aparece frecuentemente. Fue el año de colapso institucional tras la caída de Abdalá Bucaram y el fin del reformismo neoliberal impulsado por el gobierno de Sixto Durán Ballén. Inercia es lo único que existía en políticas sectoriales. Nada más. Las diferentes administraciones –Alarcón, Mahuad, Noboa, Lucio, Palacio- estuvieron demasiado preocupados por su supervivencia como para dedicarle tiempo y capacidad de convocatoria a la producción de exportación. Ricardo Estrada entró en ese momento decisivo del país con su idea de crear la Corporación de Promoción de Exportaciones e Inversión, Corpei. Esta era una iniciativa público-privada, cofinanciada, con una visión centrada en abrir mercados e inversiones para el Ecuador, diseñada para llenar el vacío que las políticas industriales pasadas tuvieron en cuanto a búsqueda de mercados y posicionamiento de los productos de exportación ecuatorianos.
Si el estado ecuatoriano hubiera mantenido Cendes, creada para promover industria y luego Corpei otra hubiese sido la historia. Pero nuestra manía de refundar todo cada vez que un nuevo gobierno aparece vuelve cualquier gran esfuerzo irrelevante. Por eso rescato el liderazgo propositivo de Ricardo Estrada, porque conociendo esta realidad trabajó siempre solucionando problemas, no creándolos con todos los gobiernos de cualquier tinte. No solo eso, sino que generó cuadros técnicos que puedan seguir el proceso aún cuando Rafael Correa, Senplades y sus obsesiones ideológicas terminaron completamente con el sistema público-privado bajo el cual funcionaba Corpei, creando dos entidades que duplicaban los esfuerzos que con menos presupuesto había logrado Ricardo por más de 10 años. No obstante, Ricardo siguió incansable tendiendo puentes dentro del país y fuera de él cuando la crisis con EE.UU. y con Colombia amenazaron nuestras exportaciones, participando activamente en los Grupos de Diálogo que creó el Centro Carter. Ojalá más ecuatorianos dejasen una huella como la de Ricardo.
gjaramillo@elcomercio.org